CaMiNaTa
Hace poco dormía y me veía en una larga caminata con cientos de personas en un exodo masivo que nos tenía a rastras por el desierto. Algo nos había pasado. Algo nos había hecho dejar nuestras tierras y nuestros hogares. Había una extraña cohesión. Un sentido de grupo y unión que sólo se da cuando tenemos necesidades o debemos enfrentar peligros. Caminábamos por el desierto. Por senderos muy parecidos a los que hay en mi tierra de origen. Mucha arena y pampa. Napas subterráneas donde casi ya no queda agua. Un cielo amplio y el sol pegado a la cabeza. De atardeceres mágicos y colores variados. Y de noche un cielo estrellado que sólo hace soñar y reflexionar. Lo veía todo así tal cual. De pronto nos pegó el frío con fuerza. Decidimos hacer agujeros en la arena 'imitando a los perros' -alguien dijo por ahí- para protegernos. Me siguió extrañando este sentido de unión tan natural, tan dado entre los que estábamos ahí. No es un rasgo muy común aquí en Chile. Entonces cavamos agujeros del porte de nuestros cuerpos. Algunos llevaban pequeños colchones y frazadas y las ponían sobre la arena para estar más cómodos. Hicimos agujeros uno al lado de otro, creyendo que la cercanía nos daría más calor, lo que no es muy errado. Todos queríamos dormir. A muchos les costaba conciliar el sueño, había algunos llantos y gritos. Otros sólo hablaban de sus hogares y de lo que había pasado. Yo no sabía nada. Es decir, no sabía por qué estaba ahí huyendo de algo o alguien con tanta gente alrededor. Habíamos sido desterrados, de eso no hay duda, pero no sabía por qué y tampoco hacia dónde nos dirigíamos.Pasaron unos días y nadie quizo seguir con la caminata. Todos estaban cansados y sedientos. Algunos habían parado palos y cartones como improvisadas habitaciones y refugios del frío. Otras tapaban o delimitaban sus espacios con grandes piedras y cerros de arena. Al parecer ahí nos quedaríamos. Se armó una cuadrilla para buscar agua. Sabíamos que en las napas subterráneas podíamos encontrarla. La industria minera casi la había agotado, pero algo debía quedar para nosotros. Pasábamos los días excavando más y más al fondo. No encontrábamos mucha agua, pero el entusiasmo era conmovedor. De pronto me vi en aquel lugar desértico con más paupérrimas edificaciones por todos lados. Me había dormido por mucho tiempo supongo. Era como si hubiesen pasado días desde que llegamos. Y tal parece que habíamos encontrado algo de agua. Habían algunas casa muy feas y rústicas, pero no había más material. Algunos habían delimitado bien los espacios, lo que había hecho que se construyeran pasillos y pequeñas callejuelas. Era todo como una toma de terreno. Un barrio de marginales tratando de sobrevivir. De pronto se oyeron gritos por todos lados. Las personas corrían y trataban de esconderse. Quise saber qué pasaba y traté de tranquilizarme. Unos se estaban entregando. No corrían y sólo levantaban las manos. Otros seguían corriendo hacia distintos lados y se metían en las rústicas habitaciones. Yo sólo corrí sin rumbo, pero no quería ser atrapado. Luego los ví. Un grupo grande de tipos armados. Con uniformes parecidos a los de la policía. Armas grandes y terror en sus rostros. Mataban a casi todos. Y los que se entregaban terminaba mueriendo bajo su fuego. Me escondí en una oscura pieza hacia donde llegué saltando por una improvisada ventana. Había más personas y todos tiritábamos de miedo. Tratábamos de no hablar, pero la fuerza de nuestros respiros nos delataba. De pronto entraron estos hombres armados con cuchillas en sus manos. Las arrojaron a nuestros cuerpos y yo pensé que debía poder agarrarlas con mis manos y tirarlas de vuelta. No supe qué pasó. No volví a despertar. Es decir, no volví al sueño, sino más bien me encontré en mi cama a media noche sudando y con algo de frío.Pero no me sentía mal. Sólo pensaba en por qué huía y quiénes éramos esos tantos que estábamos pasando por ese horror. Me sentí parte de una sociedad diferente y por eso nos atacaban... nos querían matar.