Erosión y nacimiento

En la sumisión que nos provoca el cielo está sólo la respuesta a si uno es malo o bueno. Las grandes visiones de los que integran ni siquiera piensan en eso, ya que tal vez no existe ni lo malo ni lo bueno. Aprender a matizar es un trabajo forzado. Un discurso que quiebra la cultura de los que te vieron crecer y desarrollar un monstruo con collar de flores. Tal vez caminar y vivir sea solamente así, así como tus ojos lo ven por la mañana y lo dejan al cerrarlos por la noche. Y cuesta mantener tus pies en las calles y la mirada sobre el mar. Cuesta por tu voluntad y tu educación. Por el ácido que rebalsa –a veces- de los besos.
Así nos tomamos de una mano y otra queda libre hurgando en planos que no conoces. Es que algo como un pequeño bicho sobre tu hombro no te deja morir. Una voz sin rostro y una silueta sin alma empujan una extraña y adaptable sobrevivencia. Y así las semillas devienen en árboles y los sueños en profesiones. Así puedes arrodillar tus pies en el cenit y elevar tu ciega esperanza a los ojos de la oscuridad sembrada de luces pequeñas que habitan a la distancia.
No queda la erosión de tus ojos ni la garganta que cede a la impotencia, sino el agua que calma tus nervios y la voz de quien se desprende de su vida.

A mi padre…

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