Inesperada espera


Contemplando en mi historia veo caudales de vientos dejados a su aleatoria suerte. Nadie alcanza legitimidad en sólo unas tantas lunas luego de estaciones enteras de ausencia de calor y luz. Mi cuerpo siente que no alcanza a vestir cada tela que le es dada. Y además no siente que en las especies hay dados derechos vitales de explicación sólo natural.
Apesto las palabras que dicen poco cuando en realidad la mente que dispara está pensando algo de más. No quise creerlo. No quise aceptarlo por un tiempo. Sin embargo, la vara de virtud que mía no es –pero me acompaña- hizo que viese yo su reflejo de luz en lugares donde olvido que a ellos también pertenezco.
Mi legítimo amor se haya escondido en los días que ya no tendré. Nunca vería la impotencia rayar mi rostro si en su momento hubiese tomado a las aves de sus pies y con ellas me hubiera ido. Y ya no tengo tiempo ni ganas ni razones para buscar una causa a esta realidad incompleta y a veces absurda que me hace callar cuando nunca he callado.
No es que no se cumplan mis deseos. No es un capricho de relaciones espurias de pasados inverosímiles que tanto no lo fueron. Es sólo la confusión de no saber qué hay más allá de los vientos que salen de las bocas que una vez amé. Es la interrogante interna y eterna. La duda cual que no permite insultos a mi manada y menos imposiciones.
Y es así que arremeto con ira contenida. Con una fuerza que no quiero desbordar, pero que deseo sea suficiente para penetrar las mentes o para hacer hablar con la verdad a los cuerpos que también sufrieron. Y esperaré sentado o corriendo, volando alto o sumergido en el océano, que separen de mi culpa la más hermosa de mis inconcientes creaciones. O que de su piel surja la confianza de poder tocar mis respiros.

La lluvia viene con gotas de sudor esperando con agonía los granizos de sangre acumulada en la garganta.

Y no hay nadie a quien gritar en la vereda…

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