La madre de las olas y un lecho en el mar
Solía pisar arenas cálidas que a veces maniataban mis pies. Y era feliz.
Solía flotar en aguas tranquilas donde el reflejo del sol cegaba los ojos. Solían ponerse esas aguas furiosas como leonas madres y seguía en ellas siendo feliz.
Solía esperar esas olas cuan valiente hijo del mar y deslizarme con ellas hasta las orillas. Hasta que mi pecho se doblara o mi cuerpo se doblara en las espumas que llevan consigo gritos de libertad.
Solía ser feliz luego de respirar apurado para ser parte del habitad de los peces y tenderme en un lecho de granitos cálidos que albergan secretos y objetos perdidos.
Mi pelo secábase al viento y mi piel porosa era al enfrentar la brisa y el frío. Y siempre ahí fui feliz. Aun solo o sólo con gente alrededor. Nunca mi piel bajo mis ojos se estiró de seriedad. Siempre mis ojos fueron como de chinitos frente al padre sol. Siempre mis miradas iban acompañadas de sonrisas en sus viajes al horizonte. Ahí donde guardo mis sueños y construyo mi ciudad natal. Ahí en la caldera de las torres rojizas, la cual se puede ver desde las plácidas orillas y las hostiles cumbres altiplánicas. Sí, en ese lienzo urdido por las manos de los dioses. En la unión del sol y el mar. Donde los barcos caen y donde se unen la tierra y el mar de las galaxias.
Siempre fui feliz llevando mis posturas corporales en dirección contraria al viento de la costa. Siempre fijo en la posición del sol y el color del mar. En esas arenas donde incluso los abogados sonríen. Y donde los niños aprenden a danzar sin miedo a cortar sus pies.
El temor hacíase patente cuando un par de bellas olas veíanse al horizonte. Cuando tras las dos amigas venía la tercera madre a desbocar a los osados sin respeto. Y el rugido del pueblo feliz anunciaba el venir de la espuma libre y el llegar de la muerte posible.
Y mi felicidad tomaba dos caminos. O el paseo frío bajo los brazos extensos de la madre de las olas. O el deslizamiento subido a su espalda para vencer mi ansiedad y el temor a caer en la vida. Y sin importar opción ni dirección, siempre fui feliz al terminar aquel camino. Siempre fui feliz porque sentí que era de hombres divertirse paralelo a romper los miedos. Porque mi osadía llevaba consigo el despertar de la vida, el miedo a la naturaleza, el vivir fuera de la tierra y el llegar a un cuerpo cansado porque había jugado en el mar.
Qué manera de ser feliz. Extraño la felicidad de romper mi espalda en manos de la madre de las olas. Extraño mis mejillas rojas y mi cuerpo café surcado por lienzos de blanco color. Extraño correr por un balón y luego cumplir la paga de perder y de sopetón entrar en el alma de los mares.
Ahí edificaré yo mi ventana y mis blancas cortinas. Frente a la madre de las olas mi cama suave sostendrá mi cansado cuerpo luego de jugar con el mar. Frente al sol padre y el rugido de la espuma de libertad besaré yo su piel canela y guiñaré mis ojos para el cumplir de sus húmedos sueños.
Solía flotar en aguas tranquilas donde el reflejo del sol cegaba los ojos. Solían ponerse esas aguas furiosas como leonas madres y seguía en ellas siendo feliz.
Solía esperar esas olas cuan valiente hijo del mar y deslizarme con ellas hasta las orillas. Hasta que mi pecho se doblara o mi cuerpo se doblara en las espumas que llevan consigo gritos de libertad.
Solía ser feliz luego de respirar apurado para ser parte del habitad de los peces y tenderme en un lecho de granitos cálidos que albergan secretos y objetos perdidos.
Mi pelo secábase al viento y mi piel porosa era al enfrentar la brisa y el frío. Y siempre ahí fui feliz. Aun solo o sólo con gente alrededor. Nunca mi piel bajo mis ojos se estiró de seriedad. Siempre mis ojos fueron como de chinitos frente al padre sol. Siempre mis miradas iban acompañadas de sonrisas en sus viajes al horizonte. Ahí donde guardo mis sueños y construyo mi ciudad natal. Ahí en la caldera de las torres rojizas, la cual se puede ver desde las plácidas orillas y las hostiles cumbres altiplánicas. Sí, en ese lienzo urdido por las manos de los dioses. En la unión del sol y el mar. Donde los barcos caen y donde se unen la tierra y el mar de las galaxias.
Siempre fui feliz llevando mis posturas corporales en dirección contraria al viento de la costa. Siempre fijo en la posición del sol y el color del mar. En esas arenas donde incluso los abogados sonríen. Y donde los niños aprenden a danzar sin miedo a cortar sus pies.
El temor hacíase patente cuando un par de bellas olas veíanse al horizonte. Cuando tras las dos amigas venía la tercera madre a desbocar a los osados sin respeto. Y el rugido del pueblo feliz anunciaba el venir de la espuma libre y el llegar de la muerte posible.
Y mi felicidad tomaba dos caminos. O el paseo frío bajo los brazos extensos de la madre de las olas. O el deslizamiento subido a su espalda para vencer mi ansiedad y el temor a caer en la vida. Y sin importar opción ni dirección, siempre fui feliz al terminar aquel camino. Siempre fui feliz porque sentí que era de hombres divertirse paralelo a romper los miedos. Porque mi osadía llevaba consigo el despertar de la vida, el miedo a la naturaleza, el vivir fuera de la tierra y el llegar a un cuerpo cansado porque había jugado en el mar.
Qué manera de ser feliz. Extraño la felicidad de romper mi espalda en manos de la madre de las olas. Extraño mis mejillas rojas y mi cuerpo café surcado por lienzos de blanco color. Extraño correr por un balón y luego cumplir la paga de perder y de sopetón entrar en el alma de los mares.
Ahí edificaré yo mi ventana y mis blancas cortinas. Frente a la madre de las olas mi cama suave sostendrá mi cansado cuerpo luego de jugar con el mar. Frente al sol padre y el rugido de la espuma de libertad besaré yo su piel canela y guiñaré mis ojos para el cumplir de sus húmedos sueños.