Quisiera transformación
No quiero pelear, no con ella. No con su voz, con su recuerdo y sus miedos. No quiero alzar la voz cuando se que no habrá respuesta. Se que me escucha. Se que siente que yo se. Que algo tengo que decir. Sus llamados son para decir y escuchar. Es más una súplica de pertenencia que un reto a mis errores. Y no quiero perder la fuerza de esa inocente e ingenua manera de ser persistente. Es quien cuida de mi crédito inmortal y debo en mi pensar saber que también debe ser feliz. Por aquello del entorno y también porque mi corazón agradece sus pasos de pies chicos en el mundo de los grandes enfrentando cada golpe, cayendo con sus lágrimas, pero nunca siendo doblegada.
A los adultos fuimos irónicos y el tiempo le regaló la razón. Se que admira su pasado y que siente cariño por sus primeros pasos. Se que el amor desatado de su infancia aún le permite sonreír en su compleja actualidad y vertiginosa contingencia.
Quisiera que tuviese mejor compañía. Un pecho amplio que cobije su dormir. Manos fuertes puedan matar y acariciar por su vida. Inteligentes palabras y asertivos sueños que se despegan lo justo de la urbe esclavizante.
Siento que retiene su solitaria individualidad. Que realmente a veces no tiene respuestas. Que sus mecánicos esfuerzos portan ahora un inestable andar por la vida difícil y por los ratos cortos de alegrías de familia.
Y en tanto transformo mi figura en un observador. En un distante y tedioso observador de realidades que me son ajenas, pero que debiesen subyugar mi cerebro y corazón. En tanto me inscribo en sus cotidianas relaciones, en el juego partícipe del crecimiento de mi pequeño astro. Y es una distancia que hace barro en mis pies y a eso agrega cemento. Yo quieres de verdad tener mejores palabras en mi boca para las dudas de su corazón, de su mente y de su civilidad. Pero caigo en las telarañas de los ingenuos, de los no avezados de emociones que no controlan del todo su vida y que son también hijos de cierto infierno infantil e idílica adolescencia.
No debiese ser yo quien construya un espacio para sus ansias. Pero mi corazón cobija sus respiros por la simple razón de que nunca conmigo activó su maldad.
A los adultos fuimos irónicos y el tiempo le regaló la razón. Se que admira su pasado y que siente cariño por sus primeros pasos. Se que el amor desatado de su infancia aún le permite sonreír en su compleja actualidad y vertiginosa contingencia.
Quisiera que tuviese mejor compañía. Un pecho amplio que cobije su dormir. Manos fuertes puedan matar y acariciar por su vida. Inteligentes palabras y asertivos sueños que se despegan lo justo de la urbe esclavizante.
Siento que retiene su solitaria individualidad. Que realmente a veces no tiene respuestas. Que sus mecánicos esfuerzos portan ahora un inestable andar por la vida difícil y por los ratos cortos de alegrías de familia.
Y en tanto transformo mi figura en un observador. En un distante y tedioso observador de realidades que me son ajenas, pero que debiesen subyugar mi cerebro y corazón. En tanto me inscribo en sus cotidianas relaciones, en el juego partícipe del crecimiento de mi pequeño astro. Y es una distancia que hace barro en mis pies y a eso agrega cemento. Yo quieres de verdad tener mejores palabras en mi boca para las dudas de su corazón, de su mente y de su civilidad. Pero caigo en las telarañas de los ingenuos, de los no avezados de emociones que no controlan del todo su vida y que son también hijos de cierto infierno infantil e idílica adolescencia.
No debiese ser yo quien construya un espacio para sus ansias. Pero mi corazón cobija sus respiros por la simple razón de que nunca conmigo activó su maldad.