Salud por un Padre

Si debo brindar por un ser en especial, brindo por la única persona imprescindible en mi existencia, por quien dejó su vida de lado y sus convicciones echó a volar. Por quien despegó sus pies de la tierra e hizo de su crianza una réplica amorosa de la relación animal. Por quien apagó sus libertades para darme afecto, por quien restó sus tiempos para cuidar de mí, por quien la historia convertirá en icono de enseñanza. Por sus sonrisas, por sus inexistentes rabietas, por su tranquilidad, por la paz que fabricó para envolver mi crecimiento, por sus certeras afirmaciones de mis estados y pensamientos.
Brindo alzando mi copa y mi visión más allá de las estrellas por la única persona que no debiese morir, por el dueño de mi deseo más imposible: “la vida eterna”. Brindo por su autodidacta inteligencia, por su sabiduría sin instrucción, por su claridad aprendida en las calles, montañas y viajes. Brindo por su soledad y solitaria transición a la inmortalidad.
Debo decir que cada instante de una vida que crece y se aleja acercando sus pasos a la eterna supervivencia, lleva un trozo de mi carne inscrito con letras de sus manos. De morir él, muero yo. Y jamás en lengua alguna encontraría palabras para decir lo que siento. Para describir cómo mi ser es en efecto la continuidad del suyo. Porque yo deseo ser como él. Correr como él, mirar y pensar como él, caminar solitario con miradas alrededor al igual que él.
Es un orgullo, un éxito, una suerte. Una azarosa virtud que las estrellas pusieron delante de mí para crecer bajo su sombra, bajo su atenta y libre mirada.
Brindo por sus cánticos en las mañanas.
Por dejarme dormir.
Por facilitarme su casa.
Por las envidias de mis amigos. Por sus matemáticas, sus mujeres y por su forma de pegarle al balón.
Por un gigante de la vida terrenal y un referente del universo.

Por mi papá.

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