El Parásito

Salí y sólo camino, camino solo y sólo camino. Vuelvo a ser un parásito, una pizca de viento lleno de basura. Vuelvo a mojar mi cabeza con luces de ciegos y ruidos de ortopédicos. Los músculos del rostro se hacen trizas y engañan la felicidad. Ya no soy un animal, ni un indio ni un payaso, ahora soy un parásito de piel débil y minúsculo radar de corazones.
¿Quién eres tú? ¿Un anciano, un bebé, un perro, un mosquito, un científico, un dinosaurio, un círculo de luz o una explanada de miseria? Cuál de todos masajea tu espalda y da de comer a tus manos. Enseña a esas tórridas lagunas que se forman cuando dejan de secretar agua las neuronas que en los pasos de pies descalzos los agujeros y llagas son notas de un concierto, y que los diamantes que bajan de los ojos son las pulgas que llevan los caballos. Levanta una tonelada de recuerdos y busca los paños que tapan el miedo. Sigue la oscuridad y llega al lecho del parásito. A su cabaña de telas rotas y fuegos de verde color. Busca en sus cofres las señales de su ego y encaja dentro de su corteza las flechas que destrozan su vientre. Has un halago y levanta las manos, tal vez toques las nubes. O quizás un par de alas corten tus dedos. Cualquiera de ambos afluentes sería buen camino para girar solo y sólo girar.
Dentro de un cubículo de concreto se haya la esperanza de ver el viento en el rostro. Se abren compuertas que alucinan ser el paso a la vida limpia y calma. De ahí se ven las aves de los mares y las señales de los dioses. Se perciben los latidos del sol y los cánticos de los muertos. Ahí se ve un rostro de nariz negra y sonrisa volteada que grita en silencio por una limosna universal.
Cuando baja el sudor del frío se ven los hombros de los mortales y las lágrimas de los extraterrestres. Cuando se abren las nubes puedes ver el hambre de las estrellas y el ahogo de las partículas que vuelan. Y sigues ahí en ese cubículo de concreto irreal que se abraza a tu enfermiza ansiedad de tener la cabeza con estantes de hojas secas y títulos borrosos. Eres un asco del mundo y un dulce del cosmos. Un niño de las calles y un enfermo de las alturas. Buscas en la sangrienta caverna de bacterias amarillas la razón de un simple malestar que te despierta. Y mientras sacas de la sinapsis los colores de la escultura societal, se suceden los fantasmas que destruyen los cerrojos de tus cofres.
Ahora abres tus miedos y notas tu cuerpo. Ya no tienes pies ni cabeza, sólo ojos gigantes y alas para escapar. Eres un parásito. Un grano de arena en medio de los huevos de tortugas. Una piedra tirada al cielo que lejos de caer se va con el silencio.
¿Y quién eres tú? Sí, tú. Tú, la persona que abre sus ojos de asombro y lleva su mano al rostro. Acaso sientes que te hablo y puedo ver en tu cerebro que sólo estás aquí porque necesitas respirar… Si yo he de ser parásito, entonces bienvenido al enjambre de las bacterias.

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