Una cáscara de la fruta que pesa

Necesito hacerlo mejor, necesito hacer que mi cuerpo escuche lo que mis neuronas han codificado. No ha de haber cortes ni interrupciones. Tengo todo para volar y sentir que algo más que viento roza por mi piel y mis orejas. Es una inspiración, un trabajo y un proceso. Un deambular por las alcantarillas de los enfermos de la mente y la dermis. Una visita a las mazmorras fétidas que deifican a las ratas y que alzan la sobrevivencia.
Hoy el cuerpo tiene un peso en su coraza. Hunde sentidos y tactos en zonas cotidianas. Y este golpeteo no busca cesar. Es como un borracho e ignorante golpeado en las sombras por tres alienados y defensores. Es paliza del alma y una inquietud molestosa. Mis ojos van hacia las cortezas de la tierra, más abajo de ellas en busca de las maldiciones hechas marionetas. Allá donde se ha enseñado que es de rojos matices y colores. Donde golpea el diablo con su tenedor y luego da de comer a sus invitados.
Sin embargo, se citan ante mí los pulcros y puntuales cables a la tierra. Esos policías de la motivación y la deidad. Aquellos amparados por los bancos y las clínicas, los que inventan incluso las formas de saludar. Aquellos esclavos del sistema, serviciales a los planes y las doctrinas. Esos de buen corazón, pero perfil deseado. Esos que cuidan, pero enjuician. Los que no cantan, sólo imitan. Pero a los cuales también y parece que siempre hay que agradecer.

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