Cruel pretérito


En un camino nunca han de acabarse piedras y vientos y arenas y fuegos, menos brazas y mareas que sortear. Pero duelen las metas que no se vieron al horizonte. Y más duele aún creer que la historia tenía para ti más momentos de felicidad. Duele que de a poco cada luz se apague lenta y suave. Que ya nadie crezca contigo y los que lo hicieron ahora duermen bajo otros techos. Pero cómo había de saberlo en ese entonces. De haber adivinado hubiese elegido su largo pelo y ese amor lento que por mí construyó. Nunca hubiese sicariado nuestra inmortalidad. Y antes de eso debí pelear por lo que mío era y hoy creo que es. Han pasado más de los años que se pueden recordar. Y al destaparse el alma se descubre que ningún respiro se había agotado y todo aroma permanecía allí. Duele cuando el cuerpo se siente así. Duele aún más cuando la moral te fabrica como un adulto y grande. Y ahora pregunto en qué estaba pensando en esas noches y esos días de vertiginosa pena y desilusión. Ahora recrimino no haber contado con guía ni espirituales brújulas. Y creo que por algo recuerdo bien a los sensatos y los que se atrevieron a hablar. Pero ya incluso es tarde para recordarlos a ellos y recriminar a los mudos, más aún cuando a estos últimos los quiero.
Y otro montón más de arena que se debe acoplar a los pies. Todavía es risueño mi rostro imaginando estados de imaginaria felicidad. Veo imágenes de tiempo capturadas que no me pertenecen. E incluso me atrevo a decir que por derecho debieron ser mías. Pero en pretérito riguroso yo las dejé y en presente franco no son mías. Ella la que amaba en silencio no es mía. Ella la que creció sin mí no sabe si ser mía. Ella la que gestó su respiro no es mía y no la quiero mía. Él sí es mío. Y él es de los que nunca habló.
Creo nunca haber deseado transformar alguna gota del pasado. Pero hoy sin mucha convicción no sólo veo gotas, sino arroyos que debieron variar su curso. Cómo fue que pertenecí a tanto y ahora nada tengo. Tengo tan poco que incluso debo buscar algo nuevo.

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