Sois
Cada uno de ellos pasó fugaz con sus aromas y sus ropas. Tuvieron lapsus de fe y de plena divergencia. Cada uno de ellos fue uno en el camino del destino y en la ruta de las aguas. Cada uno con su orgullo y su manera de cazar la magia de las sonrisas. Cada uno pasó y fue un soplido de nubes desgranadas. Cada uno fue en su vida y sigue siendo en su existencia. Cada uno con lo suyo. Cada quien con lo que era y representaba. Cual más cual, cual menos festejó sus amores y decayó con sus errores. Todos eran y ya todos fueron. Ya nadie queda, sólo están. Y sólo se consideran si la necesidad los transporta y la vida los exige. Sólo así existirán.
Cada uno más que ninguno y cada otro menos que nadie. Siempre fueron pies en los asfaltos, piernas en las canchas y pies descalzos en la arena. Cada uno fue un dedo de manos invisibles. Cada uno con su temor y cada una con su piel. Sólo así pasaron por aquí y sólo así fue permitida su existencia. Sólo con una pizca de felicidad y un grano de conocimiento. Sólo con eso para que pueda volver a volar. Porque la manivela de la muerte es eso. Sólo saber volar y dejar que todos vuelen. Y dejar a un lado a quien sólo quiera chocar.
Cada uno fue un instante. Cada uno fue inmortal. Cada uno tiene su grado de energía y su cuota de ambigüedad. Cada uno és y cada uno de ellos morirá.
Sólo así existirán. Sólo así serán recordados. Como un parte de aquello, mas nunca la suma de todo. Porque ellos se mueven y la distancia también. Porque en su ir otros aparecen y en sus vueltas ya otros se han ido. Y nadie quiere ese puesto de regocijo. Y quizás hay quienes sí, pero sucumben ante la destino de los desordenados y calmos viajeros de las rutas sin objetivos.
Por eso es que en este instante se recuerdan. Porque no están y sólo existen. Porque se hayan en alguna parte de la verdad. Porque han dejado un harapo o un ramo de abundante cercanía.
A veces hay instantes en que sólo en aquellos segundos de viento por el espacio escurren sus sombras por la espalda. Pero ninguno de sus suspiros logra derribar las puertas y menos cerrar las ventanas. Ninguna de sus siluetas se viste de huesos y almas desaparecidas.
Son sólo calles de barro y grietas de cemento. Son como cavernas estrechas en medio de la lluvia. Sólo pasadizos de fuentes escurridizas y llaves que de par en par han quedado abiertas. No son nada. Entonces nada son y por nada se han quedado a un costado bajo la sombra. Pero si algo han de ser, son sólo eso, un rato de pureza y una parte de cada lágrima.
A veces sólo en mínimos segundos de instantes de vientos que pasan por el espacio, pero que no atraviesan el tiempo, hay un recuerdo para cada uno de ellos. Sólo a veces son y existen. Sólo a veces se arman de inmortales que son. Pero más veces ya no son y parten a sus nidos. Son más veces las que se escurren por entre ratitos de pereza y alguna tierna ansiedad. Pero nada son o son muy poco. Nada son que se haya querido. Pero no son más aún de lo que pudieron ser. Es que ser es sólo eso. Dejarse caer y volar de a ratos. Si nada son ellos, entonces tampoco soy algo de sus pies. Y si nada soy, entonces esto ha sido lo correcto. Sólo debo tener eso que llaman fe y una pizca de indígena eficiencia.
Cada uno más que ninguno y cada otro menos que nadie. Siempre fueron pies en los asfaltos, piernas en las canchas y pies descalzos en la arena. Cada uno fue un dedo de manos invisibles. Cada uno con su temor y cada una con su piel. Sólo así pasaron por aquí y sólo así fue permitida su existencia. Sólo con una pizca de felicidad y un grano de conocimiento. Sólo con eso para que pueda volver a volar. Porque la manivela de la muerte es eso. Sólo saber volar y dejar que todos vuelen. Y dejar a un lado a quien sólo quiera chocar.
Cada uno fue un instante. Cada uno fue inmortal. Cada uno tiene su grado de energía y su cuota de ambigüedad. Cada uno és y cada uno de ellos morirá.
Sólo así existirán. Sólo así serán recordados. Como un parte de aquello, mas nunca la suma de todo. Porque ellos se mueven y la distancia también. Porque en su ir otros aparecen y en sus vueltas ya otros se han ido. Y nadie quiere ese puesto de regocijo. Y quizás hay quienes sí, pero sucumben ante la destino de los desordenados y calmos viajeros de las rutas sin objetivos.
Por eso es que en este instante se recuerdan. Porque no están y sólo existen. Porque se hayan en alguna parte de la verdad. Porque han dejado un harapo o un ramo de abundante cercanía.
A veces hay instantes en que sólo en aquellos segundos de viento por el espacio escurren sus sombras por la espalda. Pero ninguno de sus suspiros logra derribar las puertas y menos cerrar las ventanas. Ninguna de sus siluetas se viste de huesos y almas desaparecidas.
Son sólo calles de barro y grietas de cemento. Son como cavernas estrechas en medio de la lluvia. Sólo pasadizos de fuentes escurridizas y llaves que de par en par han quedado abiertas. No son nada. Entonces nada son y por nada se han quedado a un costado bajo la sombra. Pero si algo han de ser, son sólo eso, un rato de pureza y una parte de cada lágrima.
A veces sólo en mínimos segundos de instantes de vientos que pasan por el espacio, pero que no atraviesan el tiempo, hay un recuerdo para cada uno de ellos. Sólo a veces son y existen. Sólo a veces se arman de inmortales que son. Pero más veces ya no son y parten a sus nidos. Son más veces las que se escurren por entre ratitos de pereza y alguna tierna ansiedad. Pero nada son o son muy poco. Nada son que se haya querido. Pero no son más aún de lo que pudieron ser. Es que ser es sólo eso. Dejarse caer y volar de a ratos. Si nada son ellos, entonces tampoco soy algo de sus pies. Y si nada soy, entonces esto ha sido lo correcto. Sólo debo tener eso que llaman fe y una pizca de indígena eficiencia.