Un hoyo con los dientes
Ya no se ni qué decir. No se ni con quién hablar. Hubiese deseado que el humo salga negro por las ventanas de los labios, pero el nervio gástrico no se esparce solo por las nubes de las cabezas de los alarmantes. Y tengo mucho que decir y que escribir, peor no tengo quien escuche y quien lo lea. Y así es inútil pensar en deshacerse de ésto. No tiene sentido hablar para sí como una araña sobre el espejo. Menos sentido hay en la huída y en el llanto. Pues cuerpo no hay para lágrimas dejar caer y menos el espacio cronológico y generacional para hacerlo. Sólo el cenit de una vida se asoma allí donde las aguas son bajas. Pero yo necesito decirlo o reflejarlo. Se de estas raras arenas que caen despacio dentro del cuerpo, pero sin llegar al alma. Se que mi diván me dijo que eso vendría. Y no me importa sentir que no tengo hambre sin comer, quizás incluso sea mejor vivirlo. Por lo menos más de hombre sería todo eso. Y simplemente creo que así va a ser. Y simplemente creo que en algún rato se dibujará un espacio llano y solitario donde las aguas saladas puedan engendrar árboles de diversos colores. Y conforme se posa la noche estoy dentro del blanco espacio queriendo ver dibujado mi dolor y sentir así que lo dejo de lado. Desesperación es lo que provoca la ira de las reflexiones y los sueños sin hacer. Tanto más soy cuando veo que no soy lo que quiero. Y ya se bien que la sensata inconformidad me pone creativo. Pero no hay nada que asegure las vigas de una cama extensa y quejumbrosa. Es más bien el deseo de soñar lo que soporta tanta ola en medio de la espalda y tanta piedra candente entre los dedos de los pies. Necesito la construcción de la oreja. ¿Alguien ahí oye las revueltas silenciosas de los que no encuentran su planeta? Alguien puede tan solo decir «hey!!! Parece que fueras un humano pasajero. De esos que vinieron por miserable exportación». ¿Hay alguien ahí?