El intento de robo en la calle poblada mientras perecía mi amiga del alma
Y a ella la vi. Ella estaba tras la puerta reteniendo su abertura. No quería ella ser vista, pero insistí en la forma. Su rostro enfermo fue un paño de malas reflexiones. El agua caía confundiéndose con sus lágrimas en su agitado cuerpo gastado y desnudo. A ella la vi. Ella era y fue sorpresa. Mas pesar fue verla en lágrimas y muertes que aún no arriban. Hermosa es, pero no lo estaba. Bella ha sido siempre, pero hoy no lo sentía. Ella estaba tras la puerta del baño y luego de la cortina de ducha. Desnuda, flácida, pálida. Lloraba por su vida y su destino. Por la naturaleza maldita que en ella vio un canal de huida y sangre para derramar. E insistí con la puerta y ahí estaba ella. E insistí con la cortina y ahí estaba muerta. Respirando, pero ya muerta. Viva, pero muerta en su propia vida. Sus ojos seguían el curso del agua caída. Sus manos sólo frotaban y reclamaban a la pared húmeda de lágrimas, sudor y agua tibia. Reclamaban su historia, su familia, sus sueños y sus amores de viajes y pinturas que la erotizaban. Bella es, pero hoy bella no estaba. Ya no más sonreía y sólo lloraba. Y en su rostro el agua tibia caía. Y de su pena olor a muerte brotaba. E insistí con la puerta, pero no estaba más su vida.
Salí de ese lugar de futura putrefacción. Pena había en mis manos y salí a buscar su vida tras los sueños que habían sido rotos bajo el agua tibia. Llevé a mis espaldas sus últimas ropas y sus últimas alhajas. Y salí en busca de su reciclada maternidad.
Mucha gente corría por la misma vereda. Esclavos de todos los sistemas cruzábanse bajo mi díscola mirada. Yo no estaba entre ellos los que caminaban y ellos que caminaban no estaban en mí. No eran, sólo pasaban. No estaban, sólo eran reptiles que reptaban.
Pero entre ellos una voz y un par de ojos pusieron su atención en mi espalda y mis bolsillos. Entre ellos dos pieles gastadas y ennegrecidas por la historia hacían de mí caminar la futura fuente de sus ingresos. Y las manos de uno de ellos posose en mi espalda con las ropas y alhajas de mi amiga interfecta. Al prevenir aquello mis pies aceleraron. Y de frente la otra piel sudosa y gastada quiso frenar mi huida y arremetida. Pero mi cabeza de posó con fuerza en su nariz explotando de alegría mi vida y de sangre su figura. Y aún más aceleré mis pasos. Y aún más ella moría. Y esas manos asesinas se alejaron de mi vida.
De pronto una joven figura esboza un silbido para llamar mi atención. Era un tipo joven de rostro familiar y aspecto delictivo. Sucio y harapiento, pero alegre y jovial. Me llamó por mi nombre y dinero de mí pidió para él. Me acerqué para recordarlo. Lo recordé y lo observé. Le pregunté por él y esos años que de él no supe. Su vida fue la cárcel y las malas artes. La sobrevivencia, la vida sin dinero y las muertes a su haber. Díjome que conocía a quienes quisieron robar mi mochila con las ropas y alhajas de mi amiga interfecta. Díjome que nunca más ellos me volverían a molestar. Pidió dinero de mi bolsillo y preguntó por mi madre. De ella le hablé mientras en sus manos ponía lo suficiente para comer. Díjele que tenía una amiga interfecta en el piso tres del edificio del frente. Señalé las cortinas del ventanal del balcón y el baño donde emergía la vida acabada de mi bella y hoy solitaria amiga muerta. Le dije que debía ayudarme a encontrar a su prole. Y él dijo que sólo podía sacarme a ladrones de encima, pero no indagar en familias heredadas. Y entonces se fue. Puso su última sonrisa, un gracias, y una señal de respeto que aprendió entre barrotes. Yo sólo lo observé marchar, nada dije y ya sin ladrones tras de mí caminé bajo calma al encuentro de la familia de mi amiga del alma, la que yacía interfecta tras la cortina del baño y bajo el agua de la ducha.
Al volver ella ya no estaba… Y ellos decidieron fabricar su vida en aquel mismo lugar… No se qué fue del cuerpo de mi amiga del alma. Ni por qué nunca más supe de sí y nadie pareció advertir su ausencia. Sólo se que la vi y ella expiraba… y luego al volver con su familia ella ya no estaba.
Salí de ese lugar de futura putrefacción. Pena había en mis manos y salí a buscar su vida tras los sueños que habían sido rotos bajo el agua tibia. Llevé a mis espaldas sus últimas ropas y sus últimas alhajas. Y salí en busca de su reciclada maternidad.
Mucha gente corría por la misma vereda. Esclavos de todos los sistemas cruzábanse bajo mi díscola mirada. Yo no estaba entre ellos los que caminaban y ellos que caminaban no estaban en mí. No eran, sólo pasaban. No estaban, sólo eran reptiles que reptaban.
Pero entre ellos una voz y un par de ojos pusieron su atención en mi espalda y mis bolsillos. Entre ellos dos pieles gastadas y ennegrecidas por la historia hacían de mí caminar la futura fuente de sus ingresos. Y las manos de uno de ellos posose en mi espalda con las ropas y alhajas de mi amiga interfecta. Al prevenir aquello mis pies aceleraron. Y de frente la otra piel sudosa y gastada quiso frenar mi huida y arremetida. Pero mi cabeza de posó con fuerza en su nariz explotando de alegría mi vida y de sangre su figura. Y aún más aceleré mis pasos. Y aún más ella moría. Y esas manos asesinas se alejaron de mi vida.
De pronto una joven figura esboza un silbido para llamar mi atención. Era un tipo joven de rostro familiar y aspecto delictivo. Sucio y harapiento, pero alegre y jovial. Me llamó por mi nombre y dinero de mí pidió para él. Me acerqué para recordarlo. Lo recordé y lo observé. Le pregunté por él y esos años que de él no supe. Su vida fue la cárcel y las malas artes. La sobrevivencia, la vida sin dinero y las muertes a su haber. Díjome que conocía a quienes quisieron robar mi mochila con las ropas y alhajas de mi amiga interfecta. Díjome que nunca más ellos me volverían a molestar. Pidió dinero de mi bolsillo y preguntó por mi madre. De ella le hablé mientras en sus manos ponía lo suficiente para comer. Díjele que tenía una amiga interfecta en el piso tres del edificio del frente. Señalé las cortinas del ventanal del balcón y el baño donde emergía la vida acabada de mi bella y hoy solitaria amiga muerta. Le dije que debía ayudarme a encontrar a su prole. Y él dijo que sólo podía sacarme a ladrones de encima, pero no indagar en familias heredadas. Y entonces se fue. Puso su última sonrisa, un gracias, y una señal de respeto que aprendió entre barrotes. Yo sólo lo observé marchar, nada dije y ya sin ladrones tras de mí caminé bajo calma al encuentro de la familia de mi amiga del alma, la que yacía interfecta tras la cortina del baño y bajo el agua de la ducha.
Al volver ella ya no estaba… Y ellos decidieron fabricar su vida en aquel mismo lugar… No se qué fue del cuerpo de mi amiga del alma. Ni por qué nunca más supe de sí y nadie pareció advertir su ausencia. Sólo se que la vi y ella expiraba… y luego al volver con su familia ella ya no estaba.