Esa su casa que hizo un Sebastián

Hoy estuve ahí.
Ahí en la caverna alucinante.
En la mazmorra de los sueños que se divierten bajo frondosos árboles movedizos.
Ahí donde aterrizaron los que sólo él imaginó.
Estuve ahí, en su hogar pasajero, en una más de sus mantas de abrigo.
Todo es mar para sus ojos, tanto así que parece entrar por las ventanas.
Todo es memoria y recuerdos para quienes como yo deambulan cuan fantasmas queriendo molestar a célebres humanos.
Hoy ahí estuve, en su techo y en su morada, rodeado de naves chilenas e inglesas, entre mujeres de continentes, entre baños diferenciados, entre espejos que cuidan dimensiones.
Hoy estuve y vi sus licores, sus olores y algo de sus musas abordadas.
Hoy ahí estuve, estuve en la máquina de las letras, en el hogar de personas varias que albergaba un ejemplar.
Muchas manos pasean hoy por sus recovecos, manos que no pueden tocar y entonces sólo buscan sanar sus ojos de los asombros.
Cuánta grandeza, cuánta inmensidad.
Tutelar como él planeaba, desconocido como cualquier mortal.
Cuánta gente y cuánta letra hecha un universo de miradas.
Ahí estaba la elegancia de la vestimenta inmortal, esa que no ciega sus sueños y más los libera cuando amenazado se haya.
Ahí estaba parte de su enamorada, algún pedazo de su dignidad, imágenes de sus admiraciones e incluso recetas para dejar de pensar.
Ahí estaba su extraño y mágico baño, uno de como cada mañana deforma el rostro de la humanidad.
He ahí que estaba, sentado bajo todas las miradas, deseando que las arcas de verde valor no se fuesen a las manos de los que no sienten.
He ahí de casa de vulgar, su morada normal, su idilio burgués y sus jardines de plena fertilidad.
Ahí estuve y dejé un par de manchas que espero crezcan con el agua y con el mar que a él observaba.
No había cómo ser otro en esos asientos.
Si con cada mosaico los colores llamaban a soñar.
No hubo cómo no ser universal, si incluso al sudar de lujuria las letras parecían pertenecerle.
Cómo no hubo de ser un poeta, si con ello no dejaban sus pulmones de mendigar.
Sabio más sabio que las abejas.
Más incluso que un africano rastreador.
Sabio fue incluso su chimenea diseñada y vista volar.
Y ahí estaba, en su cuarto de la magia, en el cofre de sus sucias ropas perseguidas, en medio de su barba clandestina y sus aves encerradas.
Oh cómo he de ser imagen de cuarto benigno que desarrolla invisibilidad.
Cómo desearía cobrar por la entrada a un ataúd de misterios inmortales.
Ahí hoy estuve, en medio de cualquier cosa que vino a pensar.

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