También una de-claración
Fácil no es dejar que las tapas del escritorio de las ansias, el deseo, los lamentos y los sueños quede impregnado de su alegre aroma de niña desprendida. Para los respiros son partículas de un perfume deseado y poderoso. Para un corazón es la colisión de la ironía sobre la tierna realidad del amor. Y no puede negarse que cautiva. Que envuelve y que no se deja olvidar.
Y la realidad se oculta en la pérdida del ego y en la declaración que no debe ser vista en los cielos de la ciudad. Ocultar quema los huesos y corroe la imaginación. Y un silencio obligado se apodera de la sensata actitud de proteger la norma y cuidar de una familia. Irreprochable actuación que nadie se atrevería siquiera a refutar.
Pero he aquí que los decibeles de las letras se apoderan de una íntima saturación de la verdad inconclusa. Palabra esquiva y de cristal que no se debe des-abrigar. Y lo dicho quisiera ser más real. Más un grito que una estética escena o pieza de falsa alegría.
Pues lo cierto es que la extraño. Creí y deseé que esa forma de conocerla llevaría a que un agujero apareciera entre la luz del sol y la vista esquiva de mis ojos. Una especie de viento feroz que nada podía obstaculizar. Y abracé el cúmulo suave del nuevo aroma que se producía. Pero una colisión de la urbe y los planetas hizo que su tierna mirada nunca se cruzara con aquello que se producía tras los ojos. Ese océano que aparece visible cuando das vuelta tu mirada exactamente detrás de tus órganos. Y ahora la sabia y sana espera se ha vuelto mi peor amiga.
Cómo enmudecer preguntas si el contexto de un planeta distinto pide lanzarlas al viento y al ruedo del destino. Cómo puede ser que en medio de espacios tanto más trivalentes que urbanos no pueda yo decir la verdad. Que no pueda decir que la quiero. Que de su mano sólo a los sueños se les permite ser realidad.