Vida real II

Dijo que la vida es una línea. Una línea que para conmensurar debemos su medio captar y situarnos sobre su loza. Luego extender hacia nuestra medida grande e imaginar aquello más inmenso que puedas proyectar.

Dijo que buscó lo más grande hasta que no lo hubo más. Y luego se dirigió hacia el otro extremo de la línea. Dijo ir hacia lo más pequeño, lo diminuto de aquello que es ya imperceptible a los ojos de la humana especie.

Y entonces una vez recorrido ambos extremos de esa línea dijo haber sido informado que debía continuar caminando más allá de lo que no pudiera ver y no pudiera existir. Dijo que le dieron a optar según su propia voluntad y convicción cuál de ambos extremos caminaría primero. Dijo estar conciente que quizá optar por uno lo llevaría a eternamente desconocer el otro. El otro extremo. De la línea. La vida. Si optaba por ver grandes dimensiones no conocería aquellas más pequeñas. Si optaba por las pequeñas, las grandes no vería. Dijo él que pensaba.

Dijo entonces –fue lo que se oyó- que si dirigió presto a uno de los extremos –sin nunca decir cuál- y sólo echó a caminar. Y entonces se puso a caminar. A veces corría y en otras lentamente avanzaba. Si es que eso era avanzar –decía-.

Llegar a cierto lugar le tomó un tiempo inexacto. Un tiempo sin duda, pero sin medida que denominar. Un tiempo para cada lugar. Un tiempo que podía ser señalado como eterno para cada uno de los dos extremos de aquella línea.

Y todo allí era igual. O mejor es decir que todo en ese lugar se tornaba gradual. Que nada parecía cambiar, pero que si recordaba el inicio de su camino la materia parecía haber transformado sus dimensiones. Entonces no todo era igual. Parecía siempre ser igual, sin cambiar, pero existía un curso que dijo entender como tiempo. Y que ese transitar –el tiempo, decía- hacía que el contexto de lo igual fuese más bien un proceso. Algo que siempre se transforma, pero que dadas sus dimensiones y nuestras falencias como humana especie parece ser siempre igual.

Dijo entonces que las transformaciones de toda dimensión que observaba fueron más evidentes ante sus percepciones. Sus humanas percepciones. Y que sentía cierto tiempo final. O un final de aquel proceso de caminar. Y entonces se dijo a sí mismo que eran éstas las últimas dimensiones que podían existir de aquel extremo por el que había optado. Que había llegado a una especie de final. De final del camino. Que no debía más caminar. Que ahora debía retornar para conocer el otro extremo, las otras dimensiones, de aquella línea que era la vida. Y que lo único igual sería el transitar del tiempo y las lentas transformaciones de las dimensiones de toda cosa.

Se aprestaba a retornar. A dar media vuelta su cuerpo de humana especie para iniciar su vuelta al medio de la vida. La línea. Para luego comenzar a caminar al otro extremo y conocer las otras dimensiones de la vida. La otra dimensión –dijo que decía uno de los que informaba-.

Pero algo frenó su vuelta a retornar.

Algo en las imágenes que captaba su ineficiente visión de humana especie no dejó que terminara de voltear. Y entonces se quedó donde estaba –dijo- y esforzó su mirada de humana especie animal. Y dijo que había nubes más allá. Que el cielo era espeso y poblado de denso, pero suave niebla, humo y gases que ante su gradualmente adaptada visión de especie humana se comenzaba a disipar.

Y entonces vio que las dimensiones de toda cosa, que según él habían alcanzado su máxima dimensión y transformación, comenzaban a transformar nuevamente su figura. Aquel extremo elegido no tenía fin, sino que volvía a comenzar. Toda dimensión última volvía gradual y lentamente a comenzar otra transformación en el sentido contrario, o siguiente, a estas alturas como lo quieran llamar –él decía-. Fue lo que se escuchó, lo que nos decía.

Y no debía siquiera retornar. Sino que podía continuar su caminar en ese extraño rumbo por el extremo de línea de vida por el cual había optado. Y aún así no se perdería nada del otro extremo. Igualmente lo conocería, lo vería, pero sólo que por otro lugar, por otro lado, por atrás, o por el comienzo principal. A estas alturas no sabía cuál era comienzo y cuál era final. Lo único claro era que pasaba eso que nombró tiempo. Lenta y gradual, pero siempre una danza de tiempo que nunca terminaba y menos se estancaba.

Y entonces logró dar con cierta verdad. O por lo menos creí poseerla –dijo con algo de ironía-. Su vida no es una línea, es un estado circular. Di una vuelta. Completé su andar –dijo con alegría-.
Nunca más lo oímos hablar.

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