Decisión de una vida dañada

Soledad que llevas como virtud cierto encanto cuando te presentas. Sonriendo, con la ironía de tu vida guiando cada paso de tus pies. Ahora estás de mi lado. Estás abrazada a mi voluntad de optar, de dudar y luego decidir.

La última vez que oí tu voz, supe que nunca más daría con el aroma de tu cuello ni la belleza de tus ojos a medio cerrar. Nada de lo dicho llegó pleno a mi corazón. Sólo advertí un juego de roles sociales. Un comportamiento de amigos en medio de la vergüenza de aceptar que a veces se puede necesitar a alguien. A alguien en particular.

No llamé a tu vida cuando no escuché la necesidad de mi existencia. No busqué tu calor de la espalda porque al dar con tu voz, ésta no entregó la pasión que mi oído demandaba.

Y todo eso es la incapacidad de amar. De extrañar y reconocer que se extraña. De clamar en medio de espectros medio urbanos y medio emocionales la presencia de una vida, tal vez de una persona, tal vez de un estado natural que nunca te abandonara.

Nada puedo hacer con una voluntad ingrata y perezosa. Tampoco con el cúmulo de voces que se presentan para recordar que nada puede ser muy real. Que no se debe caminar con tanto compromiso por la vida extraña de todas las personas. Quisiera felicidad, pero nunca sé cuál es la certera guía de un destino casi implorado.

La estadía en la tierra es sin otros alrededor. Los viajes son de recuerdos. Los paisajes para recurrir a un rostro o un sentimiento. La música siempre estará. Nunca cesará el movimiento. Siempre habrá un lugar donde las cenizas puedan ser quemadas. Aun cuando nada de ese lugar sea de propia pertenencia. E igual si incluso ninguno de los curiosos te conociera o reconociera.

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