Deten – i – miento

Feliz en manos y abrazos desconocidos. Esperados y añorados. Lienzos de sentimientos lanzados a un vacío eterno. Una permanente permanencia de un movimiento que no permite detenerse; parar a pensar, o a amar siquiera. Quisiera apartarme de ese sendero de vértigo. Pero nada convence de que sea incorrecto. Enorme es el bienestar en el mundo del aire. En la vista del viento. Donde se habla con un sol y se reporta la fe en el atardecer. Feliz se es a ratos en esos terrenos.

A veces sólo se hace un alto a un costado. Como para recordar el mentado plan; si es que alguna vez lo hubo. Esa esclavizante y materna ciudad. Que a veces odias, pero es a la vez inevitable. La vida ha sido en ella. Constituye cierto destino. El hábitat de los otros hablantes. Incluso algunos queridos; otros varados en alguna orilla del camino… otros quizás quién sabe dónde fueron a parar, si es que lo hicieron.

Y he ahí la guerra. Seguidilla de batallas ya muy larga. Medio inentendibles en instantes. Pero conocidas y exhibidas; también experimentadas. Una en algún momento. Cualquier pedazo de tiempo. Siempre en un espacio. Muchas veces uno donde no se quiere estar. Menos vivir. A lo más, trabajar; ¡uf! Indefinida palabra aquélla.

Amar transforma las cosas. Y de qué forma. Como que corrigiera. La verdad, impulsa a ceder. A detenerse y comenzar a martillar. O a tomarse de las manos y correr juntos. ‘Le voy a la segunda’; así ha ocurrido, no se puede negar. Mas ahí está la débil presencia de aquellos que se estacan, dejan crecer su panza, crían, adeudan y pagan, aman –obvio- pero mientras martillan y clavan para después incendiar. Y sienten en el proceso –creo- que participan de la vida. Igual que otros sienten que aquello es fatalidad.

La rabia se presenta considerando que estas letras serán comprendidas por menos de la mitad del mundo. De los humanos en ello, mejor dicho. Incluso las letras mismas debiesen ser para algo más que declamar, o declarar, o decir. No se puede olvidar que en la ciudad se és lo que se habla. Y no se és lo que otros piensan de ti. Aun cuando parezca construido así.

Los débiles son más. Los fuertes menos. Los que nos falta valentía somos muchos. Varios rondando en urbes que –por lo menos este tipo- al parecer ya no pudimos conocer. Unos se adaptan. Mi estrategia ha sido sobrevivir. No niego la adaptación, claro está, ¿o no? ¿Acaso no he hablado de valentía; y de su ausencia? Pero comprender jamás. Imposible con cada circunstancia histórica y social. Así, traspasada, internalizada y obligada a bien-interpretar.

Entonces, así, algo seguro parece ser no entender. Haberlo intentado, participando, aún en ello. Incluso proyectando. Pero la incomprensión es objetiva. No una duda existencial –entiéndase- sino una conclusión cognitiva. De tanta probabilidad hasta la vida es aleatoria. Por lo tanto fundamental. Y a la vez insignificante. Una cosa que no debe pensarse. Pero para llegar a eso hay que terminar de pensar. Amar paralelo a eso. Respirar. ¡Obedecer ni cagando!

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