Lo que es un día
Desde la agonía nocturna del desvelo. Trozos de recuerdos y deberes golpeando los ojos; o el destino de lo que observan. Haciendo tardío el descanso. Generando movimientos. Girones que son cuerpos estancos en el limbo de la incapacidad y el desconocimiento. Pretendiendo apaciguar la ilegítima crisis mental con placeres impúdicos y disciplinantes. Hasta que los párpados del cerebro logran apagarse. Y surge la inexistencia de dormir.
Se abre con una luz gradual; casi de gris a blanco; según la estación. Y aparece la irritante inhabilidad de comenzar. De actuar bajo instinto en el circuito impuesto y del cual se es inadaptado; el contexto urbano medido por el paso marcial de los horarios; por el cual transita uno que otro esclavo; y muchos que desconocemos serlo. Participando de la danza que devora el color del cuerpo; y que a algunos corta su pelo.
En todo segmento de realidad; en la fotografía de cada momento. Emergen de la oculta y represiva vieja educativa. Los líquidos fosilizados de sus dardos. El ejercicio bandera-negra de la vida. El costo de nacer y de pertenecer. De ser de algunos y tener que aprender de otros. De ellos, muchos estúpidos y otros malintencionados. Los menos, los que se enumeran en una sola mano, en medio del mismo juego. El circo de la desconexión y el reticente relacionamiento. A veces incluso la ruptura imprevista o la indiferencia del lazo afectivo. La displicencia acusada y la mentira demandada.
Entre todo aquel denso humo de ruidos. En ese decadente progreso. La brisa del mar es perceptible cuando una bella mirada se presenta en la memoria. Cuando una sonrisa ocupada, pero atenta, vuelve a cruzar –como una fotografía habitada- un pedazo de recuerdo. Una añoranza feliz que produce flujos y latidos. La compañía mutua de un aroma de fémina suavidad.
En ese camino de piedras y arena que se recorre sin zapatos. El cuerpo se da tiempo de nadar en aguas cercadas. Con ellas y sus líquidas manos que pasan por la espalda, los pies y la cabeza. Buscando también la tranquilidad de la inevitable –hasta este día por lo menos- agonía.
Una esperanza, daría, a la supervivencia, una real alegría. Esa desconocida alegría, asimismo, daría. Ella. La fuente del desvelo. La evocada existencia de su forma de hablar. De su trabajo con las personas que cuidan de los postrados. La más atrayente compañía. Una foto con movimiento; con vida; a ella, daría.