Perdidas esas quimeras

Progreso ha sido el viento del olvido. Ha llevado consigo las imágenes de los sueños. Los sueños bajo el peso enorme que representa echarse a dormir. Los aromas y la música de un sueño o una percepción casi siendo real de personajes, personas, rostros, amistades, individuos, sucesos, lugares. No se oye hoy ningún diálogo premonitorio. Menos la objetivación de emoción. No hay recuerdo. No hay certeza en las mañanas bajo cualquier casa. Sin importar si alguna es un hogar.

Dormir es desde cierto origen un martirio. Pues se compara con vida pasada por la historia. Donde existió frescura, donde hubo liviandad al descansar. Los sueños antes de apagar la vida se hacían reales luego de aparecer en las sombras y en el patio de las neuronas. Había pleno dominio de los tiempos y destinos del sueño de turno. Podíase salir de él y luego volver a entrar. Nunca una barrera invisible. Nunca falta de fuerza o energía. Recordando cada imagen, cada olor apenas iniciaba una mañana. Incluso hubo filmes del cerebro propio que parecían no ser sacados de ficción. Como una escena sin doble. Sumamente real. A veces influyente en la vida.

Luego se sobrevino una caída persistente a una oscuridad post cama. O más allá de la dimensión del colchón o el trozo de piso donde estábase durmiendo. Dormir pasó de sábana a pared de ladrillo. Una muerte secuencial y segura, pero nada placentera. Una ronda odiosa por los patios más malditos y temidos de esas neuronas. Y sobreviene un olvido. Se engarza en la historia como catástrofe. No se olvida más que ya no se recuerda el pedazo de la noche y aquello que viajó en tu cabeza. No hay sueño y por lo tanto tampoco destino. Se rompe cierto esquema. Una parte que genera disfuncionalidad. No hay nada que hablar en las mañanas. Y así algo se pierde de la vida de turno que acompaña.

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