Pretensión de salto

Si de caer se trata, he caído. Paseado por las cavernas y calles de la maldad. Constituyendo atrocidades y enarbolando vergüenzas. Como en una avenida oscura poblada de los que no duermen en una ciudad.

Sin sentido y extraviado. Ido en empíricas instancias de extraña velocidad y espuria certeza. Las he visto en sus paredes que las encierran. He visto los ojos de la libidinosa mala intención de la bondad. De la dadivosidad. Los reconozco ocultos bajo trazos de calculado cemento. En medio de recovecos malolientes de la noche. Cerca del mar; pero sin oír las olas. Bajo sombra y deplorable conducta. Queriendo camuflar el racional acto de no admitir la cobardía y el retraimiento. La más vulgar de las vulgaridades de la histórica urbanidad.

He dejado en las dimensiones del limbo y el nirvana. Respiros novatos cuyas células no vieron luz. Almas elaboradas y descartadas en livianas contertulias; y hasta con inesperada destreza, previo al destrozo de la humanidad. He visto los ojos que aún no viven. He mutilado manos y cierta fuente de esperanza. De las paredes he visto sangrar. Asesinar lo que se porta más abajo del espacio del alma. He temblado a un costado del sufrimiento y su victimario. Y llorado de impotente y vergonzosa racionalidad. He oído el soplo de viento que deja la vida cuando escapa. Y osé incluso el retorno a la matanza. Para seguir transitando con oportunidades en la ciudad.

La falta que determina el peso que posa en el espacio de la espalda. Es no advertir –en aquel entonces- que todo aquello estaba siendo realidad. Que la pena, la miseria, la mentira, eran objetivas. Que los temblores de los brazos y las piernas no desaparecerían en la cartesiana biografía. Sino que pintarían para siempre los pilares de la propia vida. Con su primera capa de pintura; la original que perdura y se transforma en parte de la esencia. Esa que para continuar hay que soltar.

He tenido en frente los ojos de la desesperanza y la desesperación. Las súplicas de eternidad y recompensa. He visto que las lágrimas acompañan la huida y el abandono. Y aún así no vacilé en caminar por otras veredas. Y ver hasta dónde podíase continuar perdiendo piezas de ropa. O a veces escapando de la demanda de propiedad.

Si de caer se trata, en ocasiones no moví mi cuerpo para el rescate de los animales. Opté por la falta de energía. O la incapacidad de usar la que se encuentra intacta. Miré con ojos de cobardía. Y salí hacia otras calles por ventanas y rejas. Despertando en cimas de cerros desérticos pretendiendo el placer de ver las estrellas. Calmando la retrotraída. Queriendo identificar la pieza imperfecta de la vida. Y esa maldita tendencia a toparme con ella.

He caído siempre, creo. Desde que entré a la vida, quizás. Siempre ha sido una vuelta invertida por el destino que termina en las estrellas. A veces se trató de no experimentar más una caída y llegar al instante de la estática y la pseudo-tranquilidad. Mas ahora se trata de impulsar de forma timorata una insipiente caída vital. Un fenómeno del que tengo oídas, pero eso nada más. Y entonces, ¿qué será? ¿Qué es eso de caer o dejar que caigas, como tantos en cierta templanza han despotricado? Ha de ser la verdad y la miseria. La vuelta y la huída misma. O tal vez la única salvación universal a la que puede optar otro animal más de la historia de este planeta.

Hablemos de la verdad. De la legítima intimidad. Del momento que no se habla. De la vida que no cuentas a tus padres. De aquello que es sólo personal y muere contigo nunca olvidando la posición de su propia sombra y la búsqueda de alguna trasparencia. La objetivación de la miseria significa un salto desesperado a un lugar mejor de la sobrevivencia. Eso parece ser la fuente de la verdad. O la probabilidad de experimentarla. Aun para curar un mal banal. Todo sea por aspirar a la belleza de los gestos, los sonidos y las miradas. Por una tajada de felicidad.

La propia existencia en un pedazo de terreno árido y seco. La dinámica que no ha ido lejos. La danza de la dignidad y el azar. Esa pieza de extrañeza e incomprendida empresa. Ha sido como ésta: ventosa, árida, húmeda, nocturna, mojada, divertida, arenosa, mareada, certera, violenta, cementada, ruidosa, vigilada, embarazosa, soleada, impúdica, tenaz, irónica, vergonzosa, desagradecida, belicosa, vengativa, bondadosa, dormida, hambrienta, perezosa, crítica, insolente, prejuiciada, prejuiciosa, asertiva, rítmica, jugada, maldecida, esperanzada. Una historia replicada cada día y en todas las épocas por cualquier animal ‘racional’ que respire en este planeta. Donde estoy yo. Pretendiendo saber qué postura llevo en la trayectoria de la caída. Esperando que no sea abortiva. Como esas paredes que vi sangrar a través de las piernas. Cuando trozos de vida se van por una cascada viscosa.

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