La llegada

Fue un proceso. Una cruzada. La más extraña de las fechas esperadas y ahora abandonada a la pérdida de su certeza. Un cambio de hogar matutino con ventanas y viento. Como la emergencia de un secreto a través de las cortinas.


Fue un gran momento. Ofensiva de inercia. Movimiento urbano que altera a lo menos una pizca de estética. Que no juega a sanar la resaca de gemidos. Sino más bien anestesia el arribo de la muerte.


Guarda la vida en bolsas. Como ermitaño. Las carga en carro por no tener escobillón. Se mueve. Camina. Va de una pieza a otra olvidando a su hija. No recuerda amor alguno. Solo un espacio propio que encontrar.


Y ahí está la navidad soñada. La maduración de la objetividad orgánica. Un ajetreo de bestias bajo mercado de compra y venta. Donde urge no saber jugar si de pronto quieres que funcione la cabeza. Por lo menos que permita reorientar la conciencia.


Bajo nubes esclavas del sol cuerpos extraños se mueven sobre la arena. Se besan y se amparan. Mean su presa. Nadan portando alegría en la cara. Van de la mano. Pasean con el respiro fuerte de la tranquilidad. Queman sus pies pero el mar los abraza.


Así fue subiendo por el ascensor. Discando números fallos que balizan al tacto iluminando la sala. Hablando con muertos sobre las consecuencias de su mal olor. O de las cusas de su mal aliento. Replicando en convención la vida sin sentido. Ilusoriamente contento.


Y todo para mirar el mar y sentir sol en la cara. Para variar la vista de lo que exista. Para informar que la vida avanza. Para ver luz en la mañana. Y luego salir por una escalera a respirar cierta libertad. Todo para despertar. Lo que sea que se apodere de la voluntad.

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