De la mente de majestades

‘No dejes caer hoy la luz del sol’. O algo así. Así está escrito en la agenda de una princesa. Una afirmación imposible. Una luz que no depende de nosotros. Que es reflejo de un mero-mero; guapo entre guapos; cósmico hampón. Su majestad el Sol.

De todas formas subjetivamos la luz del sol. Internalizamos los mandatos químicos de sus opiniones ultravioletas. Así las dejamos dentro del cuerpo. La piel crece con ella. Socializamos el carbón con la sangre del agua. Habitamos en ella.

Aquella es la luz que no tiene que caer. La invisibilidad que ilumina una persona. Que la hace reflejar. Que en gramos se pierde cuando el respiro se aquieta. Que su majestad lleva dentro: el Sol y la Princesa. Si hasta parecidos son en su belleza. El Sol y la Princesa.

El dios genuino en la mente de la realeza. Como han de ser ambos, siendo realidad. Ella lo aclama como fuente de energía. Y su libertad aquello representa. Dado que el sol cuando ilumina hace resucitar las plantas. Y todos buscamos renacer en autonomía. Con la misma luz para calentar.

El sol no cae. Son nuestras pupilas.

Ella camina por veredas seguida de luz solar.

A veces juntos trotan.

Mientras el sol da la vuelta.

A la mente de majestades se respeta. Se contempla como el sentido original de la palabra ‘respeta’. Se le observa transitar. Sin molestar su presencia. Admirando su sinfonía. Propiciando su tranquilidad. No se teme ni violenta. Se ama de verdad.

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