Natasha haciendo ejercicios
Bajaba las escaleras cuando me detuvo el pequeño señor. Y con él tuve una seria conversación. Insistió en que yo debía encargarme de su reclamo. Y entonces oí su demanda con atención. Atendí su prédica más allá de los esperados minutos. Y en silencio mirando a los ojos salí de ahí. Sin aniquilar aún más su disfunción.
Abrí la puerta entreabierta. Y junto al viento sobre los ojos un rostro delicado y sudoroso accedió. Dejando mis brazos sin fuerza para exclamar algo. Mis ojos abiertos como frente a una ola del mar. La cabeza tratando de no saturar sus divagaciones. El corazón reclamando. Y el resto del cuerpo en completa felicidad.
Música en sus oídos. Un rojo tenue en su cara. Su piel blanca bajo el sol; linda y tostada. ¡Acompañada de una mujer a quien no logro recordar! Su cuerpo hermoso, pequeño y apurado. Esparciendo alegría en el seco suelo de la urbe. Geniales zapatillas. Una estampa exquisita para trotar. Una dama agasajando su figura. Una mujer que cuida de ella. Que crece siendo bella.
Cada trozo de película en mis ojos la siguió en su transitar. Nunca hubo siquiera intención de abordarla. En su rutina de ejercicios mejor es no molestar. Además mis pies estaban sin vida. Junto al piso como un pariente de la gravedad. Quise no perderla. Pero se encontraba concentrada. Entonces accedí al respeto de observar y admirar su vida. Aclamar la magia. Ver de cerca una estrella que brilla con luz intensa. Verla ejercitar y mantener vigorosa su forma de respirar.
Cada paso en su rumbo fue una pregunta en mi cabeza. Cada plano de su espalda, sus caderas y sus piernas. Sus geniales zapatillas. Sus movimientos de niña pequeña que avanza como si no tocara la tierra. Como suspendida en sus puntas. Como si fuese a volar.
La seguí con algo de amargura. Pero con alegría de verla. Una encubierta devoción silente de ansiedad. Con la satisfacción que otorga ver el sol hurgando en el mar. Con esa felicidad única que me envuelve cada vez que noto que respira. Que siente. Que se mueve. Que sale a soñar acompañada de su música y una amiga. Cuando sé que permanece en esta vida para transformarla. Para dar a quien la vea un mejor día.
Estuve con ella en cauto sosiego. La vi luego adornar una plaza con su caminata. Situarse sobre el pasto a estirar sus piernas. A enderezar su columna. Dilatar sus rodillas. Llevar sangre hacia el músculo apretado de tanto correr para llegar, para huir o para transpirar. La observé en el epílogo de su trote. Haciendo lo correcto para luego descansar o mantenerse despierta.
Bella dama. Pequeña de forma particular. No puedo evitar mi satisfacción por verla ejercitar. El magno agrado de ser cómplice de sus piernas caminando. De los sucesos que a usted me unen. De cómo mis actos se exaltan cuando está usted cerca. De las disculpas que le debo a su sonrisa. De mis deseos de verla rodeada de tranquilidad.
Es usted un cometa. Una flor de pétalos blancos. Una luz que conmueve la ciudad.
Abrí la puerta entreabierta. Y junto al viento sobre los ojos un rostro delicado y sudoroso accedió. Dejando mis brazos sin fuerza para exclamar algo. Mis ojos abiertos como frente a una ola del mar. La cabeza tratando de no saturar sus divagaciones. El corazón reclamando. Y el resto del cuerpo en completa felicidad.
Música en sus oídos. Un rojo tenue en su cara. Su piel blanca bajo el sol; linda y tostada. ¡Acompañada de una mujer a quien no logro recordar! Su cuerpo hermoso, pequeño y apurado. Esparciendo alegría en el seco suelo de la urbe. Geniales zapatillas. Una estampa exquisita para trotar. Una dama agasajando su figura. Una mujer que cuida de ella. Que crece siendo bella.
Cada trozo de película en mis ojos la siguió en su transitar. Nunca hubo siquiera intención de abordarla. En su rutina de ejercicios mejor es no molestar. Además mis pies estaban sin vida. Junto al piso como un pariente de la gravedad. Quise no perderla. Pero se encontraba concentrada. Entonces accedí al respeto de observar y admirar su vida. Aclamar la magia. Ver de cerca una estrella que brilla con luz intensa. Verla ejercitar y mantener vigorosa su forma de respirar.
Cada paso en su rumbo fue una pregunta en mi cabeza. Cada plano de su espalda, sus caderas y sus piernas. Sus geniales zapatillas. Sus movimientos de niña pequeña que avanza como si no tocara la tierra. Como suspendida en sus puntas. Como si fuese a volar.
La seguí con algo de amargura. Pero con alegría de verla. Una encubierta devoción silente de ansiedad. Con la satisfacción que otorga ver el sol hurgando en el mar. Con esa felicidad única que me envuelve cada vez que noto que respira. Que siente. Que se mueve. Que sale a soñar acompañada de su música y una amiga. Cuando sé que permanece en esta vida para transformarla. Para dar a quien la vea un mejor día.
Estuve con ella en cauto sosiego. La vi luego adornar una plaza con su caminata. Situarse sobre el pasto a estirar sus piernas. A enderezar su columna. Dilatar sus rodillas. Llevar sangre hacia el músculo apretado de tanto correr para llegar, para huir o para transpirar. La observé en el epílogo de su trote. Haciendo lo correcto para luego descansar o mantenerse despierta.
Bella dama. Pequeña de forma particular. No puedo evitar mi satisfacción por verla ejercitar. El magno agrado de ser cómplice de sus piernas caminando. De los sucesos que a usted me unen. De cómo mis actos se exaltan cuando está usted cerca. De las disculpas que le debo a su sonrisa. De mis deseos de verla rodeada de tranquilidad.
Es usted un cometa. Una flor de pétalos blancos. Una luz que conmueve la ciudad.