Así habló
Primera parte
De haber tres más claras son. Tres es poder. Es historia. Tres transformaciones de una conjunta. La paternal; la conyugal; la muerte. Cátedras de virtud que supone son la voz del sol. El dios del mundo. Que habla a través de sus estornudos catastróficos.
Detrás del mundo está el espacio. Sombrío al ojo por su vasta extensión. Una gigante nada que un poco más allá tiene de todo. De ahí se esperan despreciadores del cuerpo humano. Turbios evolutivos venidos de esa oscuridad. Portadores de nuestro futuro occidental. Terriblemente mecánico. O biomecánico. Autómata y holográfico.
Alegrías y las pasiones mezclan en la ciudad –¿podríamos llamarla McOndo?-. Sociales y telepáticas. Donde se nace-crece-tira-caga-muere. Se sube a los árboles. Y también se busca con ansia el dinero. De poder axiológico. Y futuro prodigioso.
De aquellas calles el pálido criminal. Interrumpido por la ignorancia de mal aliento. Pero hecha persona igual. Iniciador de lo que habla en otras mascotas urbanas. Lateando en su rato más grato. Leer y escribir. Visitar el árbol de la montaña. Buscar entre las partículas grises del aire otros predicadores de la muerte.
De haber la guerra sus pies son del pueblo guerrero. De la historia antigua mezclada con precaria urbanidad. De pasos desplazados o huyendo de naciones y padres. Trayendo consigo princesas cargadas dejadas en el camino. Y con ellas en la mente ir a pelear.
Entonces es el nuevo ídolo de la ciudad. El que salió solo con el objetivo del placer de la droga. De la verdad y de la mentira y de la verdad/mentira. Dejando en el pasado sus luchas gloriosas en las dunas y el desierto. De una guerra más interna que una transformación real.
A su paso siguen las moscas del mercado. La comunidad de voladoras de las frutas. Que comen y molestan refregando sus manos. Vigilantes de la lujuria y la castidad. De las poses acaloradas y las mañanas pegajosas. Tiernamente asquerosas.
Uno dijo una vez sentado en un cemento de la calle. Cuando uno de ellos. Un amigo. Habla de sus mil metas y de las dos únicas que no ha logrado. El amor al prójimo y avanzar por el camino del creador. ¿Cuál creador? ¿Acaso las máscaras del sol?
Así, viejas y viejos y jóvenes y ‘jóvenas’ cruzan corriendo tras su propia picadura de víbora. Pensando en la escasa probabilidad de un hijo en el matrimonio. Habiéndose concretado éste bajo una muerte voluntariosa. Una actitudinal virtud dadivosa para pertenecer a la tierra.
De haber tres más claras son. Tres es poder. Es historia. Tres transformaciones de una conjunta. La paternal; la conyugal; la muerte. Cátedras de virtud que supone son la voz del sol. El dios del mundo. Que habla a través de sus estornudos catastróficos.
Detrás del mundo está el espacio. Sombrío al ojo por su vasta extensión. Una gigante nada que un poco más allá tiene de todo. De ahí se esperan despreciadores del cuerpo humano. Turbios evolutivos venidos de esa oscuridad. Portadores de nuestro futuro occidental. Terriblemente mecánico. O biomecánico. Autómata y holográfico.
Alegrías y las pasiones mezclan en la ciudad –¿podríamos llamarla McOndo?-. Sociales y telepáticas. Donde se nace-crece-tira-caga-muere. Se sube a los árboles. Y también se busca con ansia el dinero. De poder axiológico. Y futuro prodigioso.
De aquellas calles el pálido criminal. Interrumpido por la ignorancia de mal aliento. Pero hecha persona igual. Iniciador de lo que habla en otras mascotas urbanas. Lateando en su rato más grato. Leer y escribir. Visitar el árbol de la montaña. Buscar entre las partículas grises del aire otros predicadores de la muerte.
De haber la guerra sus pies son del pueblo guerrero. De la historia antigua mezclada con precaria urbanidad. De pasos desplazados o huyendo de naciones y padres. Trayendo consigo princesas cargadas dejadas en el camino. Y con ellas en la mente ir a pelear.
Entonces es el nuevo ídolo de la ciudad. El que salió solo con el objetivo del placer de la droga. De la verdad y de la mentira y de la verdad/mentira. Dejando en el pasado sus luchas gloriosas en las dunas y el desierto. De una guerra más interna que una transformación real.
A su paso siguen las moscas del mercado. La comunidad de voladoras de las frutas. Que comen y molestan refregando sus manos. Vigilantes de la lujuria y la castidad. De las poses acaloradas y las mañanas pegajosas. Tiernamente asquerosas.
Uno dijo una vez sentado en un cemento de la calle. Cuando uno de ellos. Un amigo. Habla de sus mil metas y de las dos únicas que no ha logrado. El amor al prójimo y avanzar por el camino del creador. ¿Cuál creador? ¿Acaso las máscaras del sol?
Así, viejas y viejos y jóvenes y ‘jóvenas’ cruzan corriendo tras su propia picadura de víbora. Pensando en la escasa probabilidad de un hijo en el matrimonio. Habiéndose concretado éste bajo una muerte voluntariosa. Una actitudinal virtud dadivosa para pertenecer a la tierra.