Natasha en la web

Ha de ser un arte o una práctica. Una forma de vida o aquello que se ansía conquistar. En el tiempo se comprende –tal vez-. Se asimila-se tiene-se pierde. Se porta por siempre. Quizás nunca será.

Tiene una explosión de base. Un químico frenesí de insectos internos por la mañana. Que hace temblar. Lleva a calentarte. Abre las aspiradoras de la piel.

Mejor describir… Y golpea la realidad.

Tiene un grado de belleza sentar el cuerpo sobre el cubre piso. Tener el televisor prendido de frente. La espalda sobre la cama. El computador en las manos. Chateando. Escribiendo algo que quiere ser poema. Tratando de entender la película. Sintiendo calentura por ella. ¡Por quien chateo, no por la película! No tenerla –a ella- y pensar que es mejor así. ¿Cómo no va a ser mejor estar con ella?

Ha desaparecido. Se ha ido en la virtualidad de su hogar. En la llamada red de los fantasmas. Desde donde se puede apostar. A las cartas o a la vida. Pero sin mirar a la cara.

Y así, la película no calienta. Aunque se trate de Bob Dylan.

Y Natasha sigue con habladurías inconexas. Cuando creo que llegamos a un lugar. Su sagaz-díscola-divergente mente plantea otra palabra. Y escapa desde donde estaba. Porque así es ella. Tal vez para no pensar. O para no sentir más.

Es idónea, pero un peligro individual. No para la sociedad. Para esta última es incluso un ente rentable. Un reflejo del modelo estético de productividad. Y lo que es mejor; buena onda.

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