La Aovon

La del fuerte apellido que se dice fuerte.

Inteligente y presa de salivas puntiagudas. Ñoña que sin lentes de existencia se transforma en la doncella de una cama. La más deseada seda en una mañana con olas de playa y pura luz natural. La carne más exquisita para permanecer con vida. Y comer de ella toda la vida. Sin nunca dejarla. Hasta que ella te despida.

Ahí estaba ella…

Ahora, viendo su urbana sonrisa, me permito desear su piel. Ver su figura crecer tras la sombra de lo informal. De niña a mujer. De bella niña a bella mujer. Cuerpo de ternura eterna que quisiera con dientes en sus piernas. Luego de mordiscos de incredulidad, emoción y calentura.

Ahora que la veo…

Me doy cuenta que vi su rostro repetidas veces. Cada vez con simpatía y admiración. Con ocultos deseos que van a perderse en recovecos mentales. Aquellas piezas de metal que luego de educarse no puedes evitar.
Y entonces la solución fue siempre no esperar la transformación del lascivo pensamiento. Sino cambiar su cuerpo de lugar. Y pasar al terreno de lo impuro e informal. Calles del reino de la realidad. Donde mi propio cuerpo ha experimentado belleza. De donde nunca he de salir. Donde debo saber avanzar.

Vi su rostro fino. Dulce de piel bañado de contornos de pura belleza. Ojos que ven con el corazón. Una sonrisa pura. Manos que todo lo abrazan con dulzura. Su constante mirada perdida en cotidianas tristezas. Que mí vida sí entendería. Que yo sabría cuidar.

Hablar con ella es el instante de la grandeza. De la exaltación de un cuerpo unido a una especie de alma. La energía que la física intenta cuantificar.

Y así con pies en calles quisiera ver de frente su sonrisa en primer plano de mis ojos. Los suyos también pegados a los míos. Mis manos queriendo llegar a conocer de su vida. Permitiendo subjetivar cerca de su oreja justo cuando capto cómo huele su piel. Cerrando un estigma. Dando otra oportunidad a los desayunos en una cama. Luego de haber fumado. Luego de tirar. Teniendo a una mujer amada.

No quisiera molestarla. Me preocupa el espanto de la ansiedad. La fuerza frenética de la torpeza libidinosa.

Mas sé que es una belleza. Ella. Y también poseerla. Respirar el humo que deja cuando se salen sus pantalones. Y abrazarla para no soltar más.

Quiero la barbilla entre la punta de sus dos piernas. Pasando cada parte de la boca por los poros de su piel. Ver cuando ésta se torna de clara a más oscura. Con un tono diferente de café. Que tenga mi saliva y yo los flujos de su locura. Los temblores de una pertenencia. Cada pequeño trozo de dermis sagrada.

Despertar con su rostro frente a mi cara. Con sus ojos sobre la inseguridad de la verdad. Con las preguntas de mi mente perdidas en los patios de sus ojos. No pudiendo conmensurar la felicidad.

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