Odioso lamento

Será un intento de unificación. De lo público y lo privado. De lo que da a comer y aquello que se sueña luego de comer.
Escapar de la oficial matanza de neuronas creativas que acontece en la celda de los libros.
Pero qué saben éstos de libertad y de utopías. Apenas entienden las palabras de los príncipes de luz propia. De aquellos que de tan libres optaron por dejar de respirar.
Debí hacer algo idéntico hace ya un tiempo. Pero perdí mi hora pensando que podía cambiar las cosas. Creyendo que el mundo tenía espacio para mi agilidad. No advertí que los mensajes se oyen mejor cuando ya no existe cuerpo que los emita. Y así entonces la voz pasa a ser un mito de juventud.
Y heme aquí frente a rostros tiernos e incrédulos. Mentes que asumen que no les miento. Que confían incluso en mis lamentos. En mis resentimientos y sueños inconclusos.
Ilusos.
Les divierte la ironía que escapa de la pena y la soledad. La seguridad que otorga vivir en las calles y pelear por no ser humillado. Por obtener a la mujer que esa noche no escapa de las manos.
Pues no es del todo vuestra culpa, pequeños. Es error de mis padres y los hermanos que no aparecieron. De mis decisiones y caídas que buscaban alguna piel suave que abrazara mi cuello. De las ganas de trascender sin haber completado un solo círculo. Un solo viaje de placer. O alguna responsabilidad de la naturaleza y sus sorpresas.
Y heme aquí. Pegado en la odiosa búsqueda de dinero mensual y compras para el refrigerador. Pensado en qué ropa usar al otro día. Sin tierra que conquistar. Sin mundo que salvar.   
Iluso entonces quien escribe. Que creyó ser un ser de libertad.

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