Dulce soberbia
El arte de ser siempre igual. De incluir la vida en un sendero pactado desde la misma infancia. Con la fortaleza para atesorar. Para extrañar. Para guardar los latidos del corazón. Un arte ha de ser si es que complementa la eterna soledad. El egoísmo que se cubre con dosis de inteligencia. Y así no pensar en nadie. No sufrir por nada. Y solo aguardar que el mentado destino se cumpla. O mientras se construye. Seguir con el alma que sueña.
Qué saben de amor, de miedo o de mentiras. Esperan que crea en sus pseudo-locuras. Apenas saben escribir para hacerlo presente. Donde se dan tiempo de publicar su vida. No con arte. Sino con redes sociales.
Yo me encuentro fuera. Ajeno en todo lugar. Disconforme en todas partes. Y esa vapuleada existencia se jacta de tanta ironía y tanta mala onda. Claro. Si nerviosos están cuando otro piensa incluso en lo común o en lo que no se conoce. Cuando la inteligencia fabrica los argumentos que hacen a otros callar. Y por eso mi demanda es válida. Porque sé escribir y sé pensar para contarla. Para traspasarla. Y para dejar-la en la historia.
Mi vida no sube sus fotos. Sino las palabras del alma y los recovecos de la cabeza. ¡Qué saben entonces de locura! Si apenas terminan de estudiar pasan a la vereda de los esclavos. Y su revolución termina con un miserable corte de pelo. O con la conveniencia de un casamiento. O con el trabajo de mayor rentabilidad.
Asumen que sentirse ajeno es ingerir más dosis de alcohol. O acostarse más tarde. O conocer tanta gente que luego se desarma la integridad. La puta locura de luces bajas y música para evadir u olvidar. Que de malo no tiene nada. Pero que ha de ser lo más fácil en la vida. Y por lo tanto la miseria más básica. La rebeldía hecha desde programas de televisión. Asumiendo que no debe importar nada. Y que por tanto tampoco importa saber dirigir una palabra.
Mis disculpas a todo quien acelere más para sentirse distinto. O que busque transformar su cuerpo para alcanzar popularidad. Pero son una pérdida de tiempo entre las personas. Una masa de entes estáticos que sonríen para no reflejar su ignorancia. Que divierten a otros para que no les vaya mal. Que portan la liviandad como sentido de vida. Como la forma de prosperar.
Yo me encuentro fuera. Ajeno en todo lugar. Disconforme en todas partes. Pero mientras muero en mi miseria sigo aprendiendo para nunca callar. La gloria de la ironía fundada. La búsqueda constante de una pizca de felicidad. El arte de hacer de una palabra la transformación de toda una historia.
¡Qué saben de locura! ¡Qué saben de irreverencia! ¡Qué saben de preguntas! Si ni siquiera saben escribir para formularlas.