Sin pertenencia II



Inmensa trampa de vida. Caótica forma de respirar. El peor de los estados de la mente. La posibilidad de llevarse incluso el cuerpo. La culpa absoluta por la simple existencia. La pena amarga de la incomodidad.

La vida en medio de la muerte. La amarga pena. La ironía que se tienta a deshacerse de las miradas ajenas.

Inalcanzable. Misterioso. De soplo ensimismado. Abierto solo a los propios ojos. Rasgos de lo atractivo y lo casi compulsivo. Más allá de lo sexual. Siempre más allá. Y no tan lejos.

Sin nadie alrededor. Sin compañía. La inerte familia entre personas que no tienen sombra. O que salen a comprar una. Que enjuician y enaltecen. Pero desde su propia vida atestada de moralina[1].   

Otra cosa es cotizarse como trofeo. Como si el deseo no fuese serlo.

Como objeto de lucimiento personal. Como si aquello no inflara la identidad.

Como mascota taquillera. Como si sentir la mirada del resto no encumbrara.

Hasta incluso lleve a formar una identidad.

Potente metáfora sobre la soledad que abarca todas las soledades: la de la persona diferente. La soledad de los fantasmas. De quienes no crecen ni envejecen.

Los extraterrestres. Los príncipes y princesas.

Pasan a desarmar las cosas.

No son de aquí…  


[1]  Compuesto "químico" de la moral. Según F. Nietzsche. ‘El Anticristo’.

Entradas populares de este blog

Banda sin nombre. Una historia de ciudad

Reseña del libro 'Lo Real' de Andrés Ibáñez (2023)

Así empieza

El origen de la herida

Un matiz