Arribo
¿Y dónde está la mentada
tranquilidad? ¿La satisfacción y la seguridad? ¿Y no es acaso que salir de la
ciudad te permite respirar? ¿No debía ser un retorno colmado de energías? ¿Cómo
entonces, lejos de eso, llegó a ser solo un cúmulo de sangre que pide expulsión?
¿Que viene a liquidar?
Escapando de llantos soñados. Imágenes
neuronales que vaticinan magros instantes vitales. O quizás también la urgencia
vital de plena alegría. De dosis diarias de prosperidad.
Y así despertar helado. Golpeado.
Sangrando de forma invisible. Con miedos. Torrentes de preguntas. Culpas que
batallan a las respuestas. Malestar estomacal. Asumiendo la presencia de un enfermo.
De un ser que aún no puede salir corriendo. Que no logra pedalear.
Lo que grave se torna en la
urbana actividad.
Paralelo es cierto brillo de sol
de verano. Fino como el reflejo del mismo en el mar. Una luz y un abrigo. Un polerón
vitamínico. Una voz segura que milenaria repite hace todo lo que debes, lo que necesitas y lo que quieras. En propiedad,
has lo que deseas.
Sin embargo el recorrido cuesta. Se
hace tarde. Y quizá no todo pueda pasar.
Aun así ir a nados hasta que se
pierdan las fuerzas. Hasta que no se pueda más. Hasta dejar de respirar. Sea tal
vez una gloriosa experiencia. Un evento real.
¿Y quiénes son entonces quienes
te acompañan?