Eternas preguntas... eternas...
Así es. Así no más. Nada casi nuevo. Nada malo. Todo casi igual. Se pierde un estado de felicidad. Se logra aprender algo más. Algo propio. La propia interna alegoría de los juicios, prejuicios y opiniones dispersas. Aún más mal si se hace con la mayor ignorancia y cierta dosis de ingenuidad.
Así no más. Como los niños que aprenden todos los días. Enfrentando vergüenzas y tensiones corporales. Porosidad que se eleva desde la piel. Pensando en una u otra persona. Portando amor. Celos. Displicencias. Queriendo no juzgar a las personas. Menos a quienes en el corazón se lleva.
Así entonces. Aprendiendo a pedir disculpas. A decir lo que se piensa. Y matizar si duele la verdad. A enfrentar la torpeza teniendo que dominar una pelota en medio de una sala. Por ejemplo. Por si incluso la vida se torna una esperanza. Aprendiendo a valorar los sentimientos secretos. Los sueños propios y de otras personas. En quienes tal vez –y solo tal vez- se podría confiar.
¡Porque ya no se puede confiar en nadie…! O en muy pocas personas. Habiendo visto estas palabras en un templo de honestidad…
¡Qué extraño esto de vivir de forma real! Se hace desconocida la palabra. Sintiendo la incomodidad de pensar. De decir cosas de las que luego te arrepentirás. Creando emociones que aprietan hasta las paredes de la espalda. Extrañando algunas personas. No queriendo pensar en ellas. Vivir con amor. O vivir incómodo por la sensación de amar. Aun cuando vivir sea sin duda amar. Aunque sea solo una vez de verdad.
Y entonces una certeza: No cometer el eterno error de escapar.
No tentar la cobardía de dejar vidas como si fuesen ajenas. Cuando éstas alojadas están en el terreno de la veracidad. El respiro más franco. El latido del corazón. El silencioso ruido de un mundo incomprendido. El espacio sideral de los fantasmas de la ciudad.
Looking for paradise?
Looking for happiness?
¡Demás po’! Toda la vida. Hasta que no se pueda respirar…