La excelencia


Se unen. Confluyen. Conjugan. Tiempo, moral, culpa. Alegría, viajes, libertad. El deseo inconcluso que busca ser realidad. Sin agitar la vida tal cual está. O cambiando ésta de forma radical.

 Ahí está. Constante. La pena. La rabia. La ansiedad de lo que no se logra ver. Ni alcanzar. Es el apuro. La inculpación colgada de la espalda. Ver a las personas cercanas solo pasar. Creer que nada ha sido cierto. Que se quiere, pero no se entiende. Que se desea, pero no resulta. Que la vida sirve solo de sobrevivencia. Que aquello que adapta se sabe usar. Saber caminar entre las calles y urnas de llamadas. Y solo. Desacomodado. Contrariado. Con sueños y sin educación. Con alma y sin capital. Con las manos atadas en el aire que pasa. Sin ver nada propio. Nada que pueda perdurar.

Tenerla sí a ella. Natasha. A él, papá.

Para ellos armar la fortaleza. Alcanzar la cúspide y la realidad. Llevarlos a sus sonrisas. Para que puedan respirar. Para que duerman en sábanas tranquilas. Bajo limpios aromas de perfume, limpieza y comida.

Aquellos completan la esperanza. Habitan en ella. Llevan la única bandera de colores. La real. Solitaria y delicada. Prístina. La piel que se elige acompañar. La voz a oír en noches y mañanas. Cuando se llega. Cuando se va. Cuando se espera.

Se unen. Confluyen. Hacen un laberinto extenso. Pero de fuertes paredes uniformes. Con luz de final. Con salida a otra bella mirada que se alegra. A sus rostros que brillan porque el sol los abraza. Porque sienten seguridad. La que se pelea de manos. Se busca, se logra y se guarda. Se cuida y luego se traspasa. Así se ama. Así se atesora.

Y quedarse allí en esas nubes. Las mejores. Las únicas de blanca contextura. Que no atrapan. Que liberan y que por eso no se las puede dejar. Porque no abandonan. A pesar de que otros lo hagan.

La vista erguida y recta. Una espalada derecha. Manos y piernas en tensión genuina. Duro se faz, de cuerpo y mirada. Ocupado. Con responsabilidades y dependencias. Haciendo vida. Llevando a confiar. A construir la felicidad de sus rostros. Su eternidad.

Sin locura.

O sea, con ella. Pero locura buena. Entregada. Real.      

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