Natural Mistic Festival
Fue un viaje. Un viajecito. De esos
universitarios. Apretaditos. Sin plata. Sin mucha ropa. Lo justo a la mochila y
al terminal. Nos encontramos cuatro. Memo, la Ita, Chamorro y yo. Nadie más
llegó. Típico de un plan que se hace en mal estado.
Nada nuevo en el terminal urbano.
Chico. Hediondo. Sin concepto ni diseño el lugar. Atestado de provincianos
clase media/media baja. Con una señora que cobra en el baño y con una flota de
buses de segunda mano pertenecientes a una pyme nacional.
Ahí estábamos. Comprando galletas
y jugos para llevar. El viaje era largo. Más de 20 horas hacia la capital. SCL.
La pujante urbe de los malls y el metro abarrotado. Pero allá íbamos. Nada que
temer y mucho que disfrutar. Teníamos que llegar al “nacional”. Ese estadio
donde Chile nunca ha ganado.
Subir a un bus no es nada
extraño. Es tedioso. Una rutina lejana que se asume con malestar. El espacio es
pequeño. Es cerrado. Es atosigante y, lo que es peor, huele mal. Siendo aquello
el peor recuerdo de una náusea: el aroma de un pasillo de bus local impregnado
de partículas de químicos para baño. Una patá. Tal cual.
Pero igual me senté y me quedé
callado. Mis amigos igual. Al rato ya dormíamos incómodos y acalorados. El bus
avanzó normal. Todo funcionando. Recién abordo y ya queriendo bajar.
La primera parada fue en El Loa,
la frontera entre Tarapacá y Antofagasta. Y hubo que bajar. Bajar todo lo que
llevabas, además. Y sacar, por si fuera poco, las mochilas de los maleteros
para ser revisadas por policías de la zona.
Todo se comenzó a gestar.
Un funcionario policial puso sus
ojos sobre Chamorro y yo. Más miró a la Ita, pero a mí y mi socio nos llevó para
ser registrados en otro lugar. A ella y Memo nada les digo. Los dejó subir al
bus y esperar el cateo que tendríamos que experimentar nosotros en unas
oficinas de la aduana. Siendo tocados por la mano de la justicia. La PDI
nacional.
Yo me sentí mal. Me dio vergüenza.
Rabia e impotencia. Me sentí estereotipado. Tratado con poco respeto. Entonces
me puse a preguntar cosas. A decir lo que pensaba. Debía entender o –a lo
menos- molestar a quienes me interrogaban.
-
¿Fumai marihuana flaco?
-
Claro que fumo señor. Pero no ando trayendo.
-
Ya, vete de acá. Te creo.
Nada más. Eso fue el
procedimiento del aparato policial chileno. Una pugna mental patética entre
personas incómodas y desconocidas. Uno trabajando. El otro viajando a ver un
festival en un estadio en la capital. El Natural Mistic Festival. Un frenesí de
hip-hop, reggae y marihuana fresca y prensada.
Antes de retirarme pregunté por
mi amigo. El Chamorro. El que entró conmigo y se lo llevaron a otra pieza. A él
también lo iban a interrogar.
El policía dijo que estaba bien y
abrió una puerta de una sala chica. Ahí estaba. En calzoncillos y su ropa en la
mano. La peor estampa. Una vergüenza nacional. Casi en pelotas bajo
procedimiento legal. Yo me cagué de la risa. Algunos policías igual. Y nos
fuimos del lugar.
-
Eso te pasa por no hablar nada –le dije-
caminando de vuelta al bus.
-
Cállate huevón –me dijo- déjate de hablar
huevadas. Todo sea por el festival.