El último ventanal
El molesto estado divertido y
común. Aquel del cual escapo y vuelvo. Esas balas internas que quieren dejar el
pecho. El estómago tenso por el temor a vivir. La imposibilidad de respirar. No
tener la mente clara. Fría. Vacía para incorporar nuevas cosas.
Repaso haber muerto subiendo las
escaleras de una consulta médica. A cada paso hacia arriba apagaba algo más la
vida. Era una clínica. Un clandestino donde se abortaban los hijos de las
parejas dispersas. Esas que no saben decidir. Que no construyen nada. Todo lo
dejan atrás y lo hacen real en sus penas y recuerdos.
Y así estoy. Solo sin nadie
alrededor. De ninguna edad. De ninguna especie. Así tal cual los últimos
treinta y tres años. En sillones ajenos mirando lo que pueda del mar. Soñando
irme en él. No despertar más. Avergonzado por no entender el mundo. Por no
tener éxito en él. Por haber sido nadie quien hubiera querido.
Las fuerzas son externas. Solo
las aplico para no verme tan mal. Para no ser el punto de vista de otros. Aún
en coma urbano. No quiero ser un comentario de esclavos malintencionados. Y que
los hay. De ellos he escapado. La verdad he escapado de todo. Nada ha podido
perdurar. Siempre llego tarde. Mal. Nunca donde debí estar me encontré. Y solo
estuve en lugares que pasaron en frente. Ahí estuve. Saludé y me fui.
El pecho que tengo no alcanza
para todo lo que pueda sentir. Se hace pequeño. Débil. No da el ancho para
mantener la vida mía y la de quienes debo cuidar. Ellos están solos a causa
mía. Soy una extraña presencia que aparece ausente cada vez que se piensa en
ella. Y no puedo más de este lugar. De esta cara. De esta vida que veo desde
fuera. Que no me gusta. Que me ataca. Me golpea. Me hace sonreír para ocultar.
¿Dónde está esa libertad que me
hacía mirar el cielo? Ese estado interno que me hacía respirar fuerte. Debo
caer. Necesito caer. Golpearme. Recibir de todas las manos los golpes que yo
mismo he dado. Las despedidas que he propinado a las personas. A personas muy
bellas. Cuyo pecho hería y que luego se levantaron a respirar. Mientras yo
rogaba su presencia y en la distancia no me podían escuchar.
No es fácil ahora. Tener muy poco
donde acudir. Depender solo de mí. Y solo ahora que las fuerzas son pocas. Me
sale todo de los ojos. Lágrimas que duelen dentro de la piel.
Prometo que he dejado a todos
para no dañar más. Para proteger de la intrínseca soledad que no se aparta.
Para que puedan hacer algo mejor con sus vidas. Mucho más importante que
realizar actos extraños en el día. No dormir en las noches. Preguntarse
insensatas demandas. No tener alas para volar. Ni aletas. Ni garras. Solo una
cabeza dañada. Un cerebro de ajena pertenencia. Manos que desconocen las cimas.
Que saben proteger de las caídas. Pero que no desean interponerse más.
Dónde está el hogar. La familia.
Los niños y niñas que juegan en los jardines. Que se bañan en la piscina. La
mujer hermosa que me acompaña. Que me toca y me hace descansar. Que no me
abandona ni se deja abandonar. ¿Por qué tenía que hacer llorar a tantas
personas? ¿Qué soberbia lleva a abrazar la soledad?
Espero que las lágrimas se lleven
los latidos. Despertar en blanco. Estar en ningún lugar. No ser. No estar. Ver
personas desde lo alto que brillan felices. Ver lo que me perdí. Aquello que
pudo ser. Que se ha ido. Que ha subido sus cumbres sin mirar atrás. Que estén
bien. Espero que estén bien. Que no sientan pena por nada. Que sepan que a
veces los extraño tanto. Que pienso cómo hacer para vivir reparando daños. Que
los cuido a las distancia. Que pensando de corazón en su bienestar puedo hacer
algo bueno por ellos.
Me duele vivir. Rompe en trozos
el cuerpo. Y no conozco más personas. No está a quien contaba este tipo de
cosas.
Deseo que la felicidad sea parte
de la vida. Que habiéndola encontrado no se suelte nunca más.