Hermosos perdedores


Así entonces. En un sillón mirando fijo más allá de la ventana. Hacia la playa. Hacia las rocas que absorben el mar. Pegado. Noctámbulo. Ensimismado en imágenes mentales. Virtuales y recuerdos. Atravesando preguntas que se repiten cada año. Que aún no tienen respuestas. Que volverán a aparecer en veinte o treinta años más.

Sin dinero en la cuenta. Ninguna propiedad. Sin vehículo. Pocas ropas y zapatillas hermosas. Mochilas varias. Libros leídos y otros despojados. Calcetines a medio gastar. Poleras y más poleras que por temporada a veces caben bien y en otras mal.

Situado en tenso relajo. Más bien una pereza urbana sin excusas que subrayar. Solo observando. Sintiendo emociones sin paisajes. Solo viendo jóvenes surfear. Otras bañarse de sol y algunos tomando cerveza.

Aquel el del sillón. Otro bello perdedor de la ciudad. Quien nunca ha trazado objetivos. Quien solo a procedido a realizar. Actuar donde esté y donde caiga. Acompañado a ratos. Solo la mayor parte de la realidad. Sin ánimo. Pero con sonrisas. Con ironía. Con una patética esperanza cristiana que deformó la vida desde la misma pubertad. Mierda de ciudad que hace bonita la vida.

De igual forma con espacios para amar.

Es un mundo que se mueve. No muy rápido. Pero avanza o retrocede. Nunca deja de rotar. Siempre está queriendo superar algo. Sin pedir mucho. Sin tener mucho. Sin entregar. Pasando de costado y solo de paso por la tierra. Aguardando el día de la exhalación final.

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