Tres nombres de una estrella


Algo es en todo su ser. En su piel y en su aroma. Un imán que afecta directo mi pensamiento. Mi corazón. Mi cuerpo entero.

La quiero. Lo sé. La sigo desde años. Viéndola crecer y ser mujer. Transformarse en la bella estrella que es ahora y que sigue su curso eterno hacia la gran luz. Su luz. Su vida. Su sueño.

Es hermosa. Clever  más que cualquiera. Inteligente y certera. Me atrapa. Me envuelve. Hace que por vez primera sea yo quien siga a mi mujer. A quien quiero de mujer. De pareja. De compañera.

Su mirada es limpia. Su boca suave como el viento. Todo su color es la obra ideal que anima a ser admirada. Cautivada. Engrandecida. He cultivado su belleza en mi mente y mi corazón. Aguardando días enteros de sueños libidinosos y tiernos. 

Soy para ella. De sí. Para su sonrisa. Para su ironía. Para su protección y su libre caminar. Para cada pregunta que tenga y todo apoyo que necesite.

Amada mía. Niña que llena de fuego el corazón. Cómo no he de seguirle si ha hecho cada día al verla una ilusión. Una espera de amor incondicional. Mi oportunidad de ser una persona que ama. Que no huye. Que escapa de las hormigas[1].   

Nada soy sin su brazo junto al mío. Sin esos pasos pequeños que da sin tacos en los pies. Sin ese pelo cuan largo se enreda en la ciudad. Sin su devoción por la alegría.  

Dama. Hembra de mañanas soleadas. Luz en el cielo iluminando más que el sol. Cada forma de su frágil figura me transporta a un hogar. A un destino.    

Raudo parto a su lado. Donde siempre quiero estar. Donde quiero vivir. Donde deseo canalizar lo que siento. Llevar hacia ella los signos de mis sentimientos.

Apreciada. Preciosa. Presa de mis garras. Silueta armónica cuya estética invade los lugares que visita. Las miradas van hacia ella. Los matices la siguen y la adornan. Su gusto de afinca cada minuto de su vida. Es la estrella solitaria de mi inmensidad.  

Cada día y noche la extraño. Su fuerza. Su estampa. Su ser. Doncella que por hermosa me enseñó a decir la verdad en un solo día. A no tener vergüenza. A controlar las embestidas internas. Tener la valentía de entregar. Sin importar qué suceda. Saltar y no ver meta.   

Amaneceres insomnes a su lado he de tener. Solo verla. Entre luz oscura, celeste y violeta.  Contemplarla sentado en la cama. Elogiar su relieve en las sábanas. Velar su sueño. Cuidarla. Desayunarla y desayunar con ella. Preparar su comodidad. Saborearla. Hacerla feliz.    

Recorrer su piel absorbiendo su aroma. Memorizarla. Escanearla. Subjetivar su vida para vivir de verdad. Una vez en la vida. Aferrado a esa estrella de órbita veloz y gigantesca. Por tanto eterna para la tierra. Irrepetible en una ciudad. Universal.        

Odas para ella. Alabanzas. Apologías. Sentidos y pasiones. Un amor naciente con la fuerza de una ola. Como las mareas de las mañanas. Sangre revolucionada. Ansiosa de abrazar y abrasar. De vestir a una estrella como princesa del cielo. Para luego desvestirla. Expresar así tanto amor por ella.    

Loco me encuentro de amor. El afecto real de una mente incomprendida y un corazón solitario. No puedo creer estar con ella. Verla. Besarla. Es un sueño edificado con lentitud y silencio. Con el cuidado de lo apreciado. De lo único. De lo intenso.

Inquieta y creativa mujer de colores y grato vestir. Cada raya de sus manos es una imagen clavada en los recuerdos. Abnegada. Pedagoga. Guía de pequeños y ejemplo de sus pares. Un referente. Una inspiración. 

Nada hay que me separe de su cuello. De su quietud cada vez que la huelo. De sus ojos pequeños atentos e irónicos. De su alegría constante. De su optimista felicidad. 

Ansío mi vida con su compañía. Aun a ratos distantes mi reflexión siempre va de su mano. Cuidando sus pasos. Queriendo lo mejor para cada día. Sus días. Sus noches. Sus aspiraciones.

Situado en mi cama sueño con su suavidad. La imagino. La dibujo. Me enrollo y repaso todo lo que he pensado con y para ella. En esos días de tecnicismos. Días de censura y devoción oculta. Esas tardes y mañanas donde en silencio la pedía. Rogaba su presencia. Solo para verla. Para hablar con ella. Para oírla reír y hacerla callar.

Capacidades le sobran. Es tan hermosa y tan completa. Me desarma. Me hace caer y babear. Es una mujer perfecta. Culta y contenta. Una joven predilecta.

Altiva. Irrepetible. Inolvidable nombre compuesto. Majestuosa denominación para un ser de paso por la tierra. Una extraterrestre de lejanas galaxias. De paradisiacos planetas. De saltos por estrellas luminosas convirtiéndose en una de ellas.

Rica por dentro y por fuera. Deseada. Apetecida. Perseguida con premura por mis ganas de amar. Doncella de mis batallas. Musa de mis letras. Heroína de mis fábulas internas. Cómo no enamorarme de ella. Cómo no hacer de mi vida un jardín donde ella pueda correr y caminar.

Loca. Alocada. Libre. Autónoma. Empoderada mujer de carácter y simpleza. Un tesoro escurridizo que deja brillo cuando pasa. Que deja su aroma impregnado en mi memoria. Que amarra mis placeres frente y tras su espalda. Como una rica fruta que una vez mascada no se deja nunca más.

Elegante, femenina. Directa. Busca el saber. Su saber. La cultura. El conocimiento. Nada hay que no pueda lograr, conocer, transformar. A su lado he aprendido sin su conciente enseñanza. A su lado quiero aprender más. Crecer a su lado. Observar su vuelo y su paso.

Te quiero, he de decirle. Por ti siento hermoso en mi corazón, debe ella saber. Por ti es un orgullo ahora estar vivo… bella mujer.





[1] En alusión a Hormigas Asesinas. Cortometraje de Alberto Fuguet.

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