Las lenguas
Unas primas lejanas me iniciaron.
Típico. Pero es verdad. Un par de primas buena onda que
tenían cuatro o cinco años más que yo. Un lujo. Eran la mejor compañía en las
reuniones raras de familia. Siempre habitábamos una pieza. La mía en casa o la
de ellas en su casa. Había otros primos y primas más pequeños. Y recuerdo que
solo a una de ellas dejábamos mirar nuestras sesiones de besos. Ella, la
autorizada voyerista, tenía casi mi edad. Pero era más pava. Y disfrutaba ver
nuestras caras. Mis primas, la Evelyn y la Sigrid, hijas de la hijastra de mi
abuelo paterno, solo se reían. Ellas daban grandes besos. Muy buenos. Jugados. Con
harta lengua y mojados. Y, con algo de suerte, me dejaban tocar una teta. Después
amenazábamos a la mirona para que no contara nada.