La crítica social


Lleno de pocas personas. Acumuladas ellas. Todas. Yo igual. Conglomeradas en un espacio pequeño. Oscuro y suave. De madera. Viejo. Chico. Acondicionado. Con onda. Lindo. En medio de la música que no todos bailan. Buena música. Bien hecha. Con alma. Electrónica. Genial.

Nada trascendental en este lado del mundo. En esta dimensión de la vida. Pero trascendental en el otro lado. En las otras dimensiones que no conocemos. Que yo no conozco.

Que nadie ahí conoce, supongo.

Las personas bailan. Se miran. Toman y fumarían cigarros, pero ya no pueden dentro de un local. Marihuana no fuman porque es ilegal. Y casi todos lo hacen de igual forma. Afuera. Adentro sin que se vea.

Hay unas doscientas personas. Circulan. Unas entran, otras se van solas o con pareja. Andan flotando en la urbe para no lamentar más. O para ir más allá del lamento. O para participar no más. Para sentir que conocen gente, pueden tener amigos y –en una de esas- una persona se enamora de ellos.

Ni alucinaciones. Ni malestar físico. Humos lentos. Colores vivos. O para los vivos. Atravesando las coordenadas que segmentan el espacio. Como si hubiera más dimensiones. Pero nunca fuera de la realidad. Un gran estado. Agradado y cómodo. Placentero. Y conectado. Muy conectado.

Hasta contento hablando con personas.

Vi una doncella y me abalancé sobre ella. Abordela. Le hice saber mi interés y mis destrezas. Quedamos de salir. Logré ver sus ojos al hablar con ella. Entonces todo se hizo realidad. Ella no es loca. No la raya. Eso. Estudia y trabaja. Habla inglés. Usa lentes y es genial. Pequeña y blanca. Bonita. Bien rica. La miré harto rato y ella a veces igual. Obvio, la voy a llamar. Será la segunda oportunidad con ella.

Un rockero local se acercó a saludar. Un tipo que canta y hace música. Trabaja en radio y hace crítica social. Y venía de una tocata metal. “Llegué de rebote a esta huevada” –dijo-. Y prosiguió ante mí ultra/mega/cotidiano, ¿cómo estay?: “Me complica esta huevada. Me complica vivir en este país. Me complica que esta gente no se enoje. Que dejen al huevón de impuestos internos y no le pase nada. Que un presidente vaya a velar a otro que nunca respetó. Que tenga que pagar el agua. Me complica esta huevada. Me complica huevón”. Y mientras lo decía transpiraba. Respiraba fuerte y se sentía escuchado.

Obvio. Yo me retiré del lugar.

Luego, afuera del local, mientras me hacía pasar por label-manager de unos Dj’s que son de verdad, lo vi apoyado –al complicado rockero- en una reja de madera. Estaba a mi espalda y no me había dado cuenta. Al verlo agotado le pregunté si algo le complicaba. Y no lo vi más. Pero sé que está por ahí. Que igual me lo voy a cruzar algún día. Igual lo escuché y dije un par de cosas buenas. Que existe harta gente que lo entendería. Y que esa crítica no se le pasará jamás.

Creo que ese tipo estaba mejor que muchos de los que ahí rondaban. Tal vez hasta más lúcido que yo. Más rebelde en ese rato por lo menos. Pero yo lo hice hablar. Él dijo la verdad. Y yo de verdad entendí todo lo que hablaba. Aun siendo una lata. Entonces que viva el rock igual. Y la electrónica.

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