Trayecto
Fue en el tránsito de los años 70
a los 80. Primer semestre del año. Abril caluroso aún. En la mañana. 09:15
horas. En la maternidad de la ciudad. Instalación acondicionada para un parto
funcional. Salud pública. Eficiente y fría.
Una madre solo con su pareja.
Lejos de su familia. Joven. Con miedos y preguntas. Feliz de algo. Inocencia
total.
Dando a luz al hijo de un
desprendido, displicente e inseguro hombre urbano. Un sobreviviente. Solitario.
Un nómade de ciudades buscando estabilidad física y mental. Ya está algo
cansado. Quiere tranquilidad. Pero no sabe cuidar de una familia. Nace su
segundo hijo. ¿Esta vez criará?
Sin fuerzas para una familia
nuclear. Menos para una extendida. Un clan de ciudad que prospera en un lugar.
Que se educa, se apoya y no se deja.
Corren los años 80. Y es
dictadura militar. País extraño. Apagado. Sin conciencia. Sin irreverencia. Sin
cultura. No al menos, arte nacional. Un olor a libertades sofocadas.
Una ciudad limítrofe. Recientemente
anexada. Una historia de dos naciones que se repartieron por años un mismo
lugar. Urbe chica, pero hermosa. Provinciana. Ordenada. Impulsada en pasados
científicos y progresistas. Ahora hundida en la inteligencia militar. Con
avenidas que dejan ver algo de planificación, urbanismo y arquitectura. Pero en
épocas atrás.
Nació un primogénito de una
familia nuclear de clase baja. Que arrienda un espacio dentro de una casa en
los márgenes de esa ciudad. Sin profesiones. Con oficios y tareas de hogar.
Conocimiento de sentido común. Cultura de masas.
Una dueña de casa que no estudia
ni trabaja.
Un tipo de treinta años que se
gana la vida vendiendo cosas. Comerciando productos minoristas en las
circunstancias que el mercado disponga. En este lugar, ahora, en pleno centro
de la ciudad, el rubro de las hierbas, la medicina alternativa, esoterismos y
energías. Antes fueron las frutas, las verduras, el mercado negro.
Al decir mamá, ella grita y salta
de alegría.