El abuso


Era una noche más en su vida. Más triste y solo de lo habitual. Solo pensaba en llegar a casa, fumar, beber algo, sentarse a escribir. Nada más que eso –ahora-podía hacerlo feliz.

Pero escuchó voces. Más bien gritos de mujer. Y reconoció de inmediato esa voz. Esa voz suave que alguna vez tuvo cerca de su oído, cerca de su piel. Y se dirigió al lugar. Temió que algo malo pasaba. Ella estaba en problemas. Y él había prometido cuidarla. No podía fallar. Ella dependía en ese rato de su violencia y de su rabia.

Vio dos tipos que la molestaban. Que la empujaban y la forzaban a caminar hacia la playa. Querían llevarla a las rocas. Donde no había luz. Donde nadie podría oírla gritar. Querían abusar de ella. Violarla. Romper sus ropas y parte de su cuerpo. Pero ella luchaba. Se resistía como una fiera. Con gritos y golpes impedía ser atacada. No era dominada. Defendía su vida y su integridad.

Entonces él se acercó rápido. Lanzó un par de gritos para distraer y espantar. Logró desviar la atención de aquellos tipos. La soltaron. La dejaron a un lado y se armó una pelea. Una batalla por la mujer que amaba. Su seguridad era inmensa. De morir en ese rato. La gloria lo llevaría en paz hacía la otra vida. Viendo cómo ella, sana y salva, era feliz en la tierra.

Esos tipos no podían detenerlo. Se movía con fuerza. Con rapidez. Con ira. Lanzaba golpes certeros, pero sin disciplina. Todo era poder y ganas de matar. Intentaron maniatarlo. Romper una botella en su rostro, lanzar piedras a su cabeza. Pero él lo hizo mejor. Fue más claro y tranquilo. Portaba la verdad y la nobleza de su lado. No podía salir mal. De pasarle algo, sería un honor en su vida. Su objetivo era salvarla. Verla sonreír y tranquila. Nada más importaba.

Entonces ella intervino. Empujaba y tiraba golpes a los bandidos. Pedía que lo soltaran. Que los dejaran ir. Que se fueran. Que desaparecieran. Y entonces ellos arrancaron. Depusieron su ataque e intentaron desaparecer entre la oscuridad y las rocas. Solo impartían amenazas. Pero no lograron nada. Solo un escape más en su patética y pobre vida.

Ellos. Ella y él. Su amada y su protector. Se miraron. Sonrieron y se abrazaron. Limpiaron su rostro y sus heridas. Se preocuparon el uno por el otro. Se cuidaron. Y salieron juntos de ese lugar. Él le dijo que esa noche la cuidaría. Que no la iba dejar sola. Ella, aun temblando, le pidió no dejarla. Le pidió pasar juntos esa noche hasta que llegara el día. Y él la llevó a su casa.

La invitó a pasar y preparó un té caliente. Ella tenía frio y aún temor. Le dijo que estuviera tranquila. Que es ese lugar nada malo le pasaría. Ella, poco a poco se sintió mejor. Se sentaron junto al fuego y hablaron de lo sucedido. Ella dijo que no quería ser abusada. No así y no por ellos. Él solo abrió sus ojos. Algo pensó.

Pusieron música suave y con bajo volumen. Él le mostró la pieza donde podía ella dormir. Y ella le pidió que la acompañase un rato hasta que se durmiera. Dijo que estaba cansada. Que la tensión la había relajado. Él accedió. La tapó y la abrazó. Al rato, en poco tiempo, ambos estaban dormidos.

Pasaron solo unas horas. Todo estaba muy tranquilo. Aún sonaba la música y afuera, en el living, se oía jugar un gato. Él de súbito despertó con un mal sueño. Estaba transpirado y agitado. Trató de no hacer ruido. Y, sin moverse mucho, se dio cuenta que ella aún dormía tranquila. Se sentó a un costado. Comenzó a observarla. La sábana dibujaba en ella su hermosa silueta. Su cuerpo parecía lucir como pieza de arte bajo esas tapas blancas. Conmovía. Veíase preciosa. Como una princesa. Como un sol suyo brillo estético encandila a cualquiera.

Él posó una de sus manos sobre ella. Muy despacio. Muy callado. Sin ningún ruido ni brusco movimiento. No quería despertarla. Solo acariciarla. Solo admirar a esa mujer que estaba en su cama. Como alguna vez estuvo. Como él tanto extrañaba. Y no podía dejar de verla. Tampoco de tocarla. Luego se acostó de costado y se puso junto a ella. Respiró y comenzó a tocarla. Ya sin tabúes y menos vergüenza.

Metió sus manos bajo las sábanas y bajo su ropa. Tocó suavemente su espalda. Era tal cual la recordaba. Una piel suave. Única. La única piel que podía enloquecerlo de esa forma. Subió un poco su blusa y comenzó a olerla. Absorbía su olor con cada respiro. Llevaba su esencia tan adentro como pudiera. Ella era suya. Al menos así él lo pensaba.

Bajó un poco más sus manos y llegó a su calzón pequeño. Una suave tela. Diminuta y fragante. Y puso sus dedos por debajo. Ella se movió un poco, pero no despertó. Seguía durmiendo. E incluso se movió para ofrecer más su cuerpo. Y él entonces siguió en su aberración. En ese sueño hermoso y lascivo que guardaba en su corazón desde que la había conocido. Hace ya un tiempo. Cuando ella era aún más pequeña e igual de hermosa. Comenzó lentamente a bajar esa suave tela que cubría ineficazmente su cuerpo bajo la espalda. Lo hizo con cuidado. Suavemente. Sin apuros ni sobresaltos. De poco la fue desnudando. Mientras lo hacía olía sus muslos, sus pantorrillas, sus pies. Y sacó completamente su calzón dejando libre su depilado sexo. El amor de su vida estaba frente a él desnuda y sin saberlo. Se sintió mal por eso. Pero el delirio y su amor pudieron más que la razón. Sacó las tapas de sus pies. Se posó tras de ella. Y se abalanzó despacio hacía su agujero.

Comenzó a lamer sus nalgas. Lamía todo en ella. Olía y lamía con ansiedad. Cerraba los ojos y respiraba profundo. Estaba loco. Extasiado. A punto de explotar. Ella se movió muy despacio. Y en un acto reflejo, abrió sus piernas. Entonces bajó su boca hacia la vagina. Lo hizo muy lento. Y sacó su lengua completa para comerse aquel trozo de piel rosada que comenzaba a mojarse gradualmente. Ella volvió a moverse. Él hundió su lengua dentro de su cuerpo. Y comió de ella como si fuera su último deseo.
 
Lamió hasta que estuvo muy mojada. Entre sus fluidos y la saliva un orificio invitaba a entrar. Se abría dócil y lento. Como hambriento. Como sediento de un trozo de calor. Queriendo pertenecer a otro cuerpo. Él se detiene y se recuesta a un costado. No hay nada que pueda pensar. Solo siente. Solo babea. Solo deja que el corazón se salga por la boca. Se acomoda. La busca. Una vez ahí, la penetra. Embiste y empuja hacia adentro con la fuerza de un asesino y con el amor de un enfermo. Ella de súbito despierta. Pero no puede hacer nada. No está sola. Ahora pertenece. Tiene dueño.

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