Invisible


Qué extraño es no tener sentidos. Que estos se apaguen. Que no sientas, no percibas, que no exista empiria. Que nada perdure o sedimente. Todo pasa. Sin evocación al momento de desaparecer. Nada hay entonces. Ni imágenes, ni aromas, ni gustos. Tampoco sonidos. Tactos sin recuerdo de lo sucedido. ¿Dónde se hallan? ¿Los hubo? ¿Los hay? ¿Es posible acaso vivir sin sentir? ¿O más bien sin poder capturar aquello que en algún segundo se llega a sentir?

Dónde está ese respiro entonces que transita sin construir en su cabeza. Sin armar, sin edificar. Sin pertenencia, procedencia o destino. ¿Existe? ¿Es? ¿Vive?

¿Está en algún lugar?

Nada ha sucedido en años de actividad. No hay libros, fotos ni videos mentales. Tampoco los hay materiales. Palabras quedan en murallas virtuales esperando ser vistas en la historia. Sin saber cuándo y sin que importe además. Sin saber dónde.

Se apaga. Está, pero se difumina. Se diluye como el humo. Se mueve sin recorrido ni distancia. Avanza hacia nada. Nunca retrocede. No sube y no baja en un espacio sin dimensiones ni conmensurabilidad.

Está. Solo está. Cree estar.

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