Sublimes dañados


Casi como una señal. Sofía Coppola. Iluminada en sus guiones. Libros de incertidumbre e inteligencia. Imágenes que son vida de quienes temen a la vida. O quienes no la entienden y de igual forma la transitan. Con sonrisas. Con una que otra pena. Con buen gusto y buena comida. Con mundos paralelos que se abren en viajes o en sorpresas de la urbe. Con la música en cada instante de un día. Sin plan. Improvisando sobre la gracia de estar en cualquier lugar. Tener a pocos. No tener nada. Ser algo sin forma ni palabra. Una imagen que recordar.

Imágenes que pasan por recuerdos eternos. Solitaria forma de respirar. Extraña manera de caminar. Mirando escenas. Sin nada para pensar.

Eso es como un paradigma. La vida. Una vida. Esa vida. Donde se huye, nada más. Donde se está, no se llega. Donde pasan cosas, no se buscan. Crítica. Ironía. Irreverencia. Como la magia del espacio sin distancias. Sin dimensiones, recovecos, esquinas. Sin subidas ni caídas. Sin fronteras. Curvas varias en cualquier sentido que un acto acarrea.

Pero actos limpios. Pulcros. En lugares bellos y blancos. Brillantes. Bienolientes. Conceptualizados y estéticos. Con sentido, con gusto, con algo más que funcionalidad. Con mucho más que dinero o trabajo o responsabilidad. Solo por estar, por respirar, por ver y pensar y sentir algo. Por ser. Por estar solo. Por no estar nunca y en ningún lugar material.

El nombre de un hombre de un no lugar. Alberto Fuguet. Un escritor y cineasta. Cinépata y referente generacional. Como el lenguaje. Representa. Él representa. Lo refleja. Lo hace reflejar. Se da entender y grafica como los ojos desde una cámara. Clever. Educado. Ensimismado.

Como Miguel Juárez. Obsesivo, bilingüe, hiperkinetico. Sociólogo. Chileno. Canadiense. Estudiante de posgrado. Ampón consumado.

Como PpNacho. Delincuente y galán. Choro y estrella. Cuico-flaite. Malo. Guapo. Enamorado. Qué saben de respirar. Aspirante a cineasta consumido por la mediocridad porteña.

La Sofía es de los nuestros. Es amiga de Ariel Roth, Pascal Barros, Álvaro Honey y Nuncio Belardi. Donde estuvo evaporó la templanza de quien paraliza al resto. De quien habita la mente de otros que piensan muchas noches sin nada propio que destacar.

Como la Catía Ibarra. Como la majestuosa y urbanísima Caturrita. Artista. Maestra. Deseada. Dama de compleja densidad acumulada sobre penas y desenfadadas alegrías. Moviendo un cuerpo que explora y excita. Que busca ser sometido a destajo y nobleza escondida. Anónima pasión de una vida con otras normas.

Como las vidas de estas personas. Una moral evolutiva construida de gala. La seguridad de saber construir palabras, luces, colores, temperaturas, imágenes. Crear en cuadros pedazos de trayectorias sin rumbo claro. Trozos de no-vida. Extras. No personas. Reparto de sus vidas. Ajenos en sus familias y desprendidos en sus parejas. Sin paternidad. Sin matrimonio. Con departamento, pero sin hogar.

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