Running
Corre
por las noches. Sale a trotar frente a su departamento en la playa. Hace unas
semanas instalaron luminarias y se puede trotar seguro hasta tarde. No es una
ciudad muy amigable. Es más bien flaite para ser tan pequeña. Pero en la playa
nada lo puede frenar. Cada ola revienta feroz a un costado. Siente la brisa y
el rocío en su rostro. Le alegra. Sonríe cuando la luz de los focos se mezcla
con las gotas de mar en el aire. Es un momento importante, cree. A veces más
importante que salir a trabajar.
Cada
zancada es un escape. Es la fuga. La liberación. No le cansa trotar, más bien
lo motiva. De haber kilómetros eternos de playa no se detendría. En ese sendero
está tan solo como le acomoda. Como siente que ha sido toda su vida. Solo aves
lo acompañan. Aves que además no lo pescan. Y perros que no hacen ningún
intento por atacar. Es él sobre arena huyendo de sí. De su trayectoria y las
transformaciones de su existencia. Muy poco. Solo lo necesario para volver a
despertar cada mañana. Una a la vez. Sin proyectar. Sin futuro. Sin nada
planeado.
El
cuerpo es una creación majestuosa, piensa mientras corre. No trotan solo las
piernas, sino la humanidad entera. Espalda erguida. Pecho recto y hacia
adelante. Estómago duro. Rodillas arriba. Los pies el menor tiempo posible
sobre la arena. Las manos en vaivén ordenado y rítmico. El cuello inamovible y
una tenue sonrisa.
Imagina
público alrededor que lo alienta. Que le grita que no pare. Que siga hasta la
meta. ¿La muerte? Porque el mundo depende de ello. De su persistencia. De su
tenacidad. Siente que está en una cancha de futbol. En la final del campeonato.
Y no puede dejar de correr. Menos perder una pelota. Es el mejor y lo sabe. Lo
siente. Lo cree. Lo imagina. Se apresta al juego de su vida.
El
trayecto implica observar. A lo menos tener los ojos abiertos y mirar hacia
adelante. O hacia atrás. Le gusta el brillo que produce la mezcla de sudor y
cansancio. Eso nubla su vista. Y aunque pasan personas a su lado, nunca ve a
nadie. Nunca ha hablado. Menos saludado. El respiro se hace ritmo y la música
suena en sus oídos. Es como una droga. Si no la toma en dos días comienzan a
temblar sus piernas. Y entonces sabe que lo necesita. Tiene que moverse. Le
urge escapar. Lo suyo es preparase para la catástrofe o la guerra. Por eso
entrena.