Arenas

Aquel verano fue distinto. Era el primero que no pasaba en San Pedro. Y también fue el primero que pasé íntegramente en la playa. Me levantaba temprano. Lavaba la ropa o la loza. Iba al centro a los video-juegos. En ese lugar me encontraba con mis amigos. Jugábamos fichas y comprábamos cigarros. Después almorzábamos y nos íbamos caminando o en micro a la playa. Genial. Era el hombre más libre del planeta. Era un superhéroe urbano que caminaba feliz recibiendo el viento en la cara como si nunca hubiese ido a la playa. Íbamos al Laucho, al sur de Arica, una playa histórica, muy popular y taquilla. En los sesenta y setenta los jóvenes inundaban el lugar para hacer fogatas, tocar guitarras y fumar pitos. Nosotros no fumábamos pitos ni hacíamos fogatas ni tocábamos guitarra, no en la playa al menos. Lo nuestro era tender las toallas en la arena ordenadamente en una línea continua. Tirarnos encima, tomar sol, comer helados, fumar cigarros, jugar paletas y bañarnos. Éramos buenos para las paletas y para nadar.

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