El interrogatorio
Entonces, a punto de reventar, decidí parar la
situación. No tuve otra opción. De verdad. Juro que no quería hacerlo, pero me
vi obligado. Una mañana me levanté con la idea en mi cabeza. Mastiqué y pensé
si sería o no lo mejor. Obvio, no tuve consejos. Pero estaba claro, no había
nada más que hacer. Y lo hice. Al terminar el primer recreo, el primero en
molestarme, recibió certeros combos en su rostro y una caída al suelo seguida
de dos patadas en la espalda. Fue genial, lo reconozco. Fui castigado y enviado
a la dirección. Trasladado como imputado al banco de los peligrosos e
interrogado como un paciente psiquiátrico. Yo estaba nervioso y no podía borrar
la sonrisa de mi rostro. Por tal motivo –asumo- fue citada mi mamá al colegio.
No porque hubiese peleado, sino porque estaba contento. Y ahí lo conté todo.