Segundo aire
Mi madre era una mujer alta y delgada. Joven. Siempre
preocupada de no verse tan flaca. O sea, así, medio desnutrida. Cada tanto
recurría al médico para engordar. Y, en realidad, para una úlcera, para la
anemia, para el colon, para cálculos y para los nervios. Yo odiaba su
predisposición a la enfermedad. Y sus náuseas de casi todas las mañanas.
A veces, cuando las pastillas para el apetito hacían efecto, ella ensanchaba
sus piernas y sus caderas. Y eso la ponía contenta. La entusiasmaba. Se daba
vueltas por la casa viéndose bonita. Y, la verdad, sí lo era. Pero era mi mamá.
Y, a veces, otros niños y jóvenes de la población la molestaban. Eso en mí
creaba distancias con ella. No entendía yo su nueva vida luego de la separación con mi papá. Ya que ahora ella
disfrutaba de los piropos y la soltería. Salía más y hasta tomaba alcohol. Se puso a
carretear. Sacó esa especie de segundo aire. Segunda juventud. Otra parte de su
vida.
Y ahora que lo pienso... genial...
Y ahora que lo pienso... genial...