Furgón escolar (re-edición)

Siempre tuve cosas que hacer lejos de mi casa. En mi casa solo estaba dentro de mi casa. Y pocas veces iban amigos de la escuela a mi casa. Fue una práctica de mis padres. Una política familiar, asumo. Recuerdo que antes, en el pre-kínder, fue igual. E incluso el jardín quedaba más lejos que esta escuela. Por eso me transportaba en furgón escolar, uno amarillo, obvio.
La verdad pasé mucho tiempo de mi infancia en un furgón escolar. Nueve años. En uno de esos conocí a Alessandra Bravín y me enamoré de ella. Era hija de un piloto de autos de carrera amateur. Tenía un estilo medio europeo. Alta, muy blanca, con pecas y lunares. Siempre hablaba de Italia, asumo que lo oía en su casa. Bella. Rubiecita. Siempre la hice reír. Me contrataba con ella a esos juegos de penitencias diarias. Le obsequiaba cada día mi colación. Le regalaba mis Kapo y sándwiches de queso con mantequilla todos los días hasta que me sapeó la tía, la tía del bus, la chofer. Se lo contó a mi mamá. Mal. Traicionera la vieja. Mi madre me retó y señaló que era una estúpida forma de demostrar amor. No sé si tan estúpida. Pero entonces nunca me dijo cómo hacerlo. 

Extracto de 'Ya es. Una trayectoria'
(en revisión)

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