Acuerdos
Cuando mi padre
terminaba su relación, la casa volvía a ser un descuido. Él almorzaba afuera.
Yo aprendí a cocinar. Cada sábado al medio día, luego de entrenar, lavaba
nuestra ropa en lavadora semiautomática y la enjuagaba en la tina. Con eso mi
conciencia se tranquilizaba. Nunca hubo nana ni empleada.
Mis compañeros tenían
gran simpatía por mi papá. Me lo pedían para ellos. Decían que era el mejor
papá. Yo estaba de acuerdo. Mi casa paulatinamente se convirtió en la sede.
Nuestra sede. Y mi pieza –como estuviera- en el cuartel general. En espacio
para la previa de todas las salidas. No sé qué hubiese hecho sin mi papá. Se
transformó en un imprescindible y trascendental. La persona más importante de
mi vida. Era tal su buena onda que los sábados por la noche él salía –como
tenía plata- y me dejaba la casa para estar con mi polola. Era un acuerdo. Como
a las cuatro de la mañana me llamaba para ver si ya podía llegar. Yo respondía
en pelotas fumando en mi cama. Me sentía la raja…