Molly Maxwell (2013)
¿Lo es? Nuestros actos, ¿tienen
una determinante sexual?
Molly (Lola Tash) estudia en la
Escuela Progresista Phoenix, una institución especial para artistas y gestores
culturales. Un lugar donde se aprende en espacios libres y creativos, bajo una
entera voluntad del estudiante. Pero donde la competitividad y la
autosuperación son igual de desbordantes que la realidad social.
Molly vive con sus padres y su
hermano, un prodigio del piano que espera entrar a Phoenix. Son una familia
normal. Se aman. Son transparentes, honestos, francos y anticapitalistas, creo.
Al menos sus intereses están en el arte, la cultura y no en el consumo. Son
objetivos, civilizados y elegantes.
Molly crece, aprende, crea. Es
una adolescente, se apresura y siente. Percibe y trata de comprender. Pero a
veces se pierde, se esfuma, vacila y deambula por sueños e intereses. En
ocasiones quiere ser invisible, anónima o desconocida. Sus profesores deben
seguirla, estar atentos a su desempeño. Se respeta su talento, se le da
oportunidades, se le otorga libertad en su creación. Y ella, hermosa y
consentida, se demora, piensa, se aburre o se esmera. Quiere algo más, busca
algo más. Opta por la fotografía y por su profesor de poesía.
Molly se interesa por Ben Carter
(Charlie Carrick), un joven y desilusionado profesor de literatura y poesía. Él
le da alas y, así, Molly es capaz de florecer. El vínculo es cada vez más
íntimo, ella se encanta con este hombre libre, triste y profesional. Él está
solo como bello perdedor y es creativo como un ensimismado. Entonces Molly lo
busca, lo exige, lo seduce. Lo quiere para su vida y para perder su virginidad.
Lola Tash asume en propiedad el
rol de estudiante enamorada. Sueña, se esperanza, cree en su corazón. Su rostro
refleja haber hallado el amor en esas salas. Sus manos entrelazadas, su sonrisa
cómplice y el brillo de sus ojos se reflejan en la pantalla, tanto es así, que
llega a ser incómodo para Ben, pero, por otro lado, llega él a desear ser
observado de esa forma. Lola Tash es aquí Lolita (novela de Vladimir Nabokov
llevada al cine por Stanley Kubrick en 1962), una bella fémina primeriza, una
núbil lista para entregar su cuerpo al placer con alguien mayor.
Ben no es indiferente a los
encantos de Molly. La observa, la admira. Gusta de ella por su creatividad y
persistencia. Molly despliega en sus actos la franqueza que solo se tiene en la
juventud. Sabe Ben Carter que está metiéndose en un agujero emocional e ilegal,
pero no sabe –o no quiere- salir de ese camino. Acompaña a Molly, la frecuenta,
se encierran en el cuarto de revelado de la escuela, se juntan en casa de él,
se miran de cerca, pero no se tocan y no se besan. Sufren y disfrutan ambos de
la ansiedad.
Ellos tienen una relación. La
ocultan, la omiten en los pasillos de la escuela. Al menos él lo intenta, pero
Molly es indiscreta. Lo mira y brillan sus ojos, tiemblan sus manos, sus labios
añoran besarlo. Ben sabe que todo eso está mal. Trata de no advertirla, de no
mirarla, incluso se da tiempo de ser pesado con ella. Obvio, ella no lo
entiende y se siente mal. Discuten en plena clase. Él le pide que salga de la
sala. La envía a hablar con el director de la escuela.
Este último personaje, Raymond
(Richard Clarkin), llega a ser clave. Es el profesional que ya pasó por ese
tipo de “problema”. Tiene experiencia y sabe de qué se trata una relación como
esa. Sabe bien que Ben caerá al deseo e irrumpirá contra la formalidad laboral.
Pero no está en posición de juzgarlo, Molly con su fresca juventud es una
hembra deseada, una mujer en el ruedo sexual del mercado de las relaciones
humanas, como cualquiera.
Molly oculta su amor por Ben. Inventa
un pretendiente de su edad, pero, obvio, no se convence. Quisiera ella gritar
que está enamorada de un hombre mayor y, además, su profesor. ¿Dónde habré oído
eso? Al salir de su casa, Molly va al departamento de Ben. Toca su puerta,
entra, lo mira fijo y se despoja de su ropa. Molly es tersa, hermosa, virgen. En
ropa interior luce como Amelia (Ana Claudia Talancón) en El crimen del padre Amaro.
Él la observa, la toca, la abraza, pero no se excita por completo. Más bien la
cuida, se encariña. Nada sucede entre ellos, solo se abrazan. Ben, en un acto
de voluntad impresionante, no deja que su pasión salga de los pantalones.
Es evidente la tensión entre los
dos personajes. Creen estar solos, eso parece, pero siempre hay más personas,
más ojos y más bocas. Nadie se puede enterar de su relación, pero nada es tan
oculto, menos una pasión prohibida que se viste casi de paternalismo. Y entonces
son descubiertos por Raymond. Encuentran fotos de ellos juntos fuera de clases
y lejos de la escuela. Y eso le basta a Ben para renunciar.
Molly reconoce sus sentimientos al
director y sus padres, pero insiste en no haber sido obligada ni menos abusada.
Muy a su pesar nunca hicieron el amor. Tan solo se besaron. Ella es inexperta y
Ben nunca tuvo el descaro de tenerla. Mal… O bien… No sé… De todas formas Molly ya no
es la misma. Perdió su virginidad en una fiesta estudiantil con un tipo que ni
siquiera recuerda.
Para Ben Molly es peligrosa como una granada en la
mano. Para ella él será un lindo recuerdo de juventud. Tal vez con el tiempo
agradezcan o recriminen sus actos. Tal vez con el tiempo de vuelvan a
encontrar. Ben perdió su trabajo, pero no su libertad. Qué moral la de Ben
Carter. Su voluntad y vacilación determinarán los sueños mojados de toda su
vida.
Dirección: Sara St. Onge