Quiebres

No era mayor. Tenía miedo. Estaba solo. Mi padre era genial. Con mi madre todo mal.
Fue como una hermana. Una mayor. Grande y pesada. Odiosa. Y más encima me pegaba.
Yo la incomodaba. Lo sentí desde el inicio. Crecí y le caí mal, o algo así. Le recordaba cosas o a alguien, no sé. Pero le cargaba. Yo le cargaba. Me tenía mala a veces, no siempre, pero le pasaba. Me quería bajar. Me avergonzaba.
Nunca entendí. Por mucho tiempo fueron preguntas. Luego algo de claridad. Después ya qué importaba. La cosa era salir de esa casa. De esa vida. De la compañía de esa señora. Ella quería estar sola. En ese lugar yo existía de mala forma.
Algo me reía. A veces con ella eran risas. Nos unía un cierto sarcasmo por la vida. Un cinismo disfrazado de burlas. Era divertido. Reírse de las personas familiarizaba las cosas.
Cuando la quiso llevar –tuvo que hacerlo, no quedaba otra- no hablaba, no explicaba, no comprendía. Imponía nada más.
Yo crecía. Nada de lo que ella decía me gustaba. Encontraba que era tonta. Medio terca y chora. Entonces mis opiniones la incomodaban.
Recuerdo que a veces la enfrentaba. No permitía humillaciones. Me daba rabia tenerle miedo y yo pensaba que era denigrante temer a alguien así.
Qué se habrá creído –recuerdo que pensé muchas veces. Y comencé a buscar algo mejor.

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